martes, enero 16, 2007

Una especie de alergia


Estaba en La Biblioteca Central otra vez, pero no era el mismo de otras veces. 

Me dolía todo. Estaba decepcionado de todo. 

Quería leer algo de Jack Kerouac, en lugar de ponerme a estudiar para un examen de ingreso al doctorado en Psicología, pero en algún momento que no recuerdo con precisión ya estaba sentado y leyendo el famoso libro de estadística de Kerlinger

Reparé en una mujer que parecía anglosajona.
Ella usaba una blusa anaranjada y su piel era rosada como la de un cerdo y su cabellera era de un radiante color rubio que me hizo pensar en la intensidad del sol al mediodía. 

La mujer avanzó hacia mí, pero se detuvo en uno de los anaqueles de libros –me pregunté qué clase de autor estaría buscando– y se quedó allí. 

Hurgó en su bolsa de mano y sacó una libreta y una pluma. Se puso la pluma en la boca y luego se rascó la cabeza. 

Volví a mi aburrida lectura.

Al cabo de unos minutos, me dio hambre.   

Salí de una especie de letargo y me sorprendí tratando de entender un ejemplo que explicaba en qué clase de experimentos era pertinente el empleo de la Chi Cuadrada.

A veces, los ejemplos, más que aclarar mis dudas, me confunden.  

Alcé la vista. 

La mujer con la cabellera de sol de mediodía ya había desaparecido. 
No sé por qué, pero tuve la misma sensación que tengo cuando una pluma de repente ya no tiene tinta y necesito escribir urgentemente algo para no olvidarlo.

Sacudí la cabeza y me imaginé que lo había hecho como lo hacen los patos al salir del agua.

Qué idiotez.   


Me levanté del asiento para estirar las piernas y aclarar mis ideas. 

Me sorprendí caminando hacia donde había visto que la mujer de aspecto anglosajón se rascaba la cabeza.

Me acerqué a uno de los anaqueles de libros y tomé El Grafógrafo y me puse a leerlo allí mismo.  

Tal vez ella estaba interesada en Salvador Elizondo

Ojeé un par de páginas y volvió a darme hambre y sueño. 

No sé por qué me puse a pensar si la escritura era realmente una necesidad tan fisiológica como el hambre y el sueño –y más importante que el sexo–, para mí.  

Últimamente he pensado que debería dejar de divagar y que debería enfocarme en el examen de ingreso al doctorado. 

Últimamente también me he preguntado por qué escribo.
O tal vez he soñado recurrentemente que me preguntó por qué escribo.

A veces me sorprenden las visiones de mis sueños en la realidad. 


Así estaba divagando y procastinando, cuando, de la nada, empecé a sentir comezón en las fosas nasales. 

La semana anterior me pasó lo mismo, y la sensación desapareció de repente. 

Esa sensación es una especie de alergia estacional, y me ocurre cuando se acerca el invierno o la primavera. De un momento a otro estornudo y tengo escurrimiento nasal y los ojos llorosos. Me siento muy mal y no puedo concentrarme en nada. 

Pensé en regresar a la casa. 
Tenía ganas de acostarme a reposar o a dormir, pero recordé que justamente había acordado ver a alguien a las 8 de la noche. 

Me pareció eterno el tiempo que debía esperar para ver a esa persona. 

Los estornudos aumentaron.
Necesitaba tomarme urgentemente una píldora de Loratadina. 
La gente en la biblioteca ya comenzaba a verme feo, debido al ruido que hacía al estornudar. 

Recordé a Sócrates, mi gato.
Era majestuoso y salvaje. 
El tiempo que estuvo en la casa, jamás me enfermé ni tuve esta especie de alergia estacional. 
Hace poco menos de un mes que se largó de la casa, y me parece que ya he enfermado un millón de veces desde entonces.

Odio formar una relación simbiótica con los Kleenex y molestar a la gente que quiere leer, así que salí de la biblioteca y volví a la casa.  

1 comentario:

Anónimo dijo...

Te dije que yo te regalaba un gatito, pero como siempre me desprecias... pues ahora no te regalo nada, porque el mío ya también se fue.