Desde la incomodidad de las náuseas matutinas, acurrucado en este sillón que compré hace menos de diez años pero que parece que saqué de un basurero esta mañana, contemplo a Gavin Rossdale. No sé cómo llegué a este video de YouTube. Hace unos minutos veía “E-Bow the Letter” y luego “Malibu”, y pensaba vagamente en Michael Stipe –¿en verdad, a principios de los noventa, esparció entre la prensa el rumor de que había contraído VIH y que estaba a punto de morir?–, en cuánto me gusta esta canción de R. E. M. y en que nunca le había prestado demasiada atención al video. También pensé en que el video de “Malibu” fue casi el primer video en el que apareció Courtney Love en MTV después de la muerte de su esposo, y en que, cuando lo vi –¿entre mayo y junio de 1999?–, no dimensioné el contexto de ese video: Courtney Love estaba promocionando el primer álbum de Hole después de la muerte de Cobain... después de la muerte del “grunge” y del “sonido Seattle” y demás etiquetas de esas que ponen los periodistas de rock con poca imaginación.
Más bien, desde la incomodidad de las náuseas matutinas y del sillón que los gatos han arañado miles de veces, al ver esos videos, me acordé de la huelga de la UNAM de 1999, de la desesperación y de la incertidumbre que asocio a esa huelga que parecía no tener fin. Me acordé de que, entre mayo y junio de 1999, cuando debí de ver por primera vez el video de “Malibu”, empecé a tener episodios de ansiedad y que tuve que ir a un par de consultorios médicos y que los especialistas me dijeron que estaba un poco deprimido, que tenía que hacer ejercicio, salir de la casa, platicar con otras personas que no vivieran en la casa, que tenía dermatitis psicosomática.
También me acordé del dermatólogo al que visité en la Roma, dos o tres jueves de dos o tres meses, que él me recetó una solución, que una vez al mes tenía que ir a una farmacia de Centro Médico Nacional Siglo XXI a que la prepararan, que me sentaba a leer en un jardín mientras preparaban esa solución en la farmacia, que debía hacerme abluciones todas las noches con esa solución. También me acordé de que en esos meses leía Tiempo Libre y La Divina Comedia y Fausto, y que iba solo a alguno de los teatros del CNA –cuando aún no se llamaba CENART– y que iba solo a ese cine de La Condesa que luego se llamó El Plaza Condesa, y que un día me encontré en Tiempo Libre un anuncio de un taller de creación literaria que impartía un escritor joven en La Pirámide. Me acordé de que me inscribí a ese taller. Que lo tomé cada sábado, de cinco a seis y media de la tarde, durante alrededor de medio año. Que en ese taller conocí a una docena de tipas y tipos con los que fui a varias reuniones y cantinas, y que nos emborrachamos y que pasábamos de Dostoievski a Verlaine, y de Octavio Paz a Elena Garro, y de Alejandra Pizarnik a Jorge Cuesta. Que algunos aborrecían o adoraban “Piedra De Sol”. Que otros veneraban “Muerte Sin Fin”. Que les leía (algo de) lo que escribía. Que escuchaba lo que los demás escribían.
Me acordé que creí que seríamos grandes amigos, que parecía que teníamos tantas cosas en común. Que acabó la huelga y que sólo nos vimos una o dos veces, circunstancialmente, en Ciudad Universitaria. Que fuimos amigos en Facebook por más de diez años, y que, apenas hace un mes, o algo así, eliminé de mis contactos a la mayoría de ellos. Que tuve un momento de claridad: si interactuábamos en Facebook, lo hacíamos porque yo los buscaba. Que ellos, en realidad, nunca estuvieron interesados en que fuéramos amigos. Que unos abandonaron sus intereses literarios y se convirtieron en 'fotógrafos de la cotidianeidad'; que otros publicaron libros de poesía y que se creyeron que eran inalcanzables; que otras se radicalizaron, por sus propias historias de vida, y, que, aun cuando, desde el 2006 y hasta el 2012, visitaban uno de mis blogs constantemente, cambiaron tanto, que, en sus muros de Facebook, después de la pandemia, desconocieron estar enteradas de que escribo; que otras se casaron y que dejaron de ir al Chopo a embriagarse y a inhalar estimulantes del sistema nervioso central. Que ahora, por mi propio bienestar, casi todos ellos están muertos para mí.
Y también recuerdo que, mientras Eric Erlandson, Melissa Auf der Maur y Deen Castronovo –la baterista que recién había sustituido a Patty Schemel, la baterista de los dos primeros álbumes de Hole, y que, incluso, había grabado todas las baterías de Celebrity Skin–, acompañaban a la viuda de Cobain por la playa en el video de “Malibu”, tuve un insight: ¿Courtney y su banda, en cierta forma, reflejan, en ese video, el tipo de música que habría compuesto Nirvana en 1999, de haber seguido vivo Cobain...?
Le doy un sorbo al sucralfato, y me acomodo en el sillón. No quiero pensar en las náuseas, quiero ahuyentarlas, no quiero pensar en que estoy así porque tengo una condición y porque no puedo comer lo que come la mayoría de la gente. Ni siquiera puedo hacerlo una vez al mes porque me siento fatal durante dos o tres días. Apuesto a que no sabes lo horrible que es tener que comer, más o menos, siempre las mismas cosas. Por el resto de tu vida.
En fin. El video en el que contemplo a Gavin Rossdale es el video #22 de una serie de colaboraciones para Guitar World, un canal de guitarristas.
El cantante de Bush nos enseña cómo tocar “Everything Zen”, la primera canción de Sixteen Stone, el álbum debut de la banda británica, estrenado en enero de 1994. Antes que nada, Rossdale nos dice que es una canción muy sencilla, que tiene tan sólo tres partes, pocos acordes, y también nos conmina a quedarnos en casa y a cuidarnos. (Este video tiene la fecha del 22 de abril del 2020, aún estábamos en la pandemia.) Luego, nos muestra su Jazzmaster '67. Tiene algunas partes muy deterioradas, sobre todo cerca del mástil, y es morada y la pintura tiene “chispas”, como la guitarra signature de J. Mascis, y Rossdale nos dice que con esa Jazzmaster grabó la mayoría de las canciones de Sixteen Stone.
De pronto, tengo otro insight: ya había visto este video. Ocurrió hace como dos o tres años. No lo encontré, como ahora, por accidente y en YouTube, sino en Facebook. Un domingo, después de salir a correr, no tenía náuseas ni estaba ahogado en esta especie de depresión que provocan las náuseas y me puse a escribir algo en uno de mis blogs y, quién sabe cómo, lo que escribí hizo que me acordara de mi primer semestre en la Facultad de Psicología, de que entonces “Bonedriven” y “Greedy Fly” sonaban mucho por la radio. Que había comprado Razorblade Suitcase en el Chopo, que no tenía ni idea de que lo había producido Steve Albini. Que esas dos canciones me gustaban mucho y que nunca se me había ocurrido aprender a tocarlas. Que busqué un tutorial para aprendérmelas. Que quién sabe cómo di con este mismo video de Guitar World, pero en Facebook.
No sé qué hice a continuación exactamente, pero estoy muy seguro de que entonces agarré una de mis guitarras, que seguí las instrucciones de Gavin Rossdale y que “Everything Zen” debió de parecerme una canción 'muy rocker', de esas que, conforme vas tocando por tu cuenta, liberan algún neurotransmisor de la felicidad en tu cerebro y momentáneamente sepultan en el fondo de tu consciencia todas las cosas que te afligen.
También estoy casi seguro de que “Everything Zen” debió de parecerme una canción tan fácil de tocar que me aburrió y que dejé de practicarla. Ahora mismo que veo este video del canal de Guitar World, los acordes que nos enseña a tocar Gavin Rossdale no me resultan nada familiares.
Mientras el sabor del sucralfato permanece en mis papilas gustativas y mientras las náuseas matutinas van abandonando mi cuerpo y mi mente, salto a otro tema: me pregunto cuándo escribiré 'naturalmente' algo sobre la pandemia –¿es éste el momento?–, sobre mis experiencias de cuarenta y tantas horas a la semana de clases y de juntas por Zoom, sobre mi paranoia para salir a caminar cerca de la casa durante la pandemia, sobre cómo la pandemia –el encierro, ver y no ver, por Zoom, a un montón de colegas y estudiantes, todos los días, al mismo tiempo; y tener, paradójicamente, un empleo seguro por los siguientes doce meses–, repercutió en mi salud, se manifestó primero en mi sedentarismo y en mis hábitos alimenticios de comida chatarra, y luego en mi mal humor y en mi vista borrosa y en la hiperglucemia en ayuno –¡casi 200 mg/dl de sangre!–, y tampoco sé cuándo comenzaré a escribir 'naturalmente' sobre los síntomas que me provocaron las vacunas de Cansino, más o menos al final de 'la primera parte de la pandemia', cuando todas las actividades eran virtuales, y de Moderna, más o menos al final de 'la segunda parte de la pandemia', cuando ya habíamos vuelto a clases semipresenciales en la universidad, cuando estaba en un cubículo que parecía un invernadero y desde allí impartía mis clases por Zoom.
Tampoco sé cuándo comenzaré a escribir 'naturalmente' sobre mi experiencia en esa escuela primaria en la que recibí las vacunas de Cansino y de Moderna, en donde me topé con varios colegas, a quienes logré identificar a pesar de las mascarillas que llevaban puestas.
De lo mal que me sentí cuando recibí mi segundo refuerzo –la vacuna de Moderna–, que entonces impartía una clase de Sensopercepción para casi cincuenta estudiantes, que no pude dar clase ese día y que luego de haber recibido la vacuna volví a la casa en Uber y que me acosté en la cama y que encendí la tele y que me encontré un concierto de Bush en Miami. Que Gavin Rossdale era el único sobreviviente de la alineación original de Bush. Que pedí una Big Mac por teléfono y que me di un atracón de Coca-Cola y de papas a la francesa. Que tuve síntomas de fiebre y de gripa, que duraron apenas un día.
No sé por qué me cuesta tanto escribir sobre lo que realmente me importa. Todo ha cambiado –el área de Biología y Química me otorgó el nombramiento de Investigador Nacional Nivel II en la Convocatoria 2024 del SNII, hace 10 años estaba presentando mi examen de grado del doctorado, tengo casi 20 papers en revistas internacionales, cumplí 10 años como docente en universidades públicas– y, sin embargo, todo sigue igual... o peor.