Escucho “Interstellar Overdrive”.
Su estado aparece como "disponible" en el chat.
Mi corazón late deprisa.
Un sudor frío me recorre la frente.
Mis piernas tiemblan y me cuesta trabajo tragar saliva.
Tengo los dedos entumecidos, encima del teclado de la computadora.
Estoy un poco ebrio –casi no puedo controlarme–, y recuerdo cuando la conocí.
Hace más de un año, me contrataron como profesor de asignatura en una universidad privada.
Impartí un curso a estudiantes de la carrera de Psicología. Todos los lunes, de 6 de la tarde a 9 de la noche, durante seis meses.
Era un horario horrible, pero me entusiasmaba la docencia.
Era mi primer trabajo con un sueldo. Antes trabajé decenas de veces, pero sin cobrar, incluso en días feriados, como Navidad o Año Nuevo.
Prácticamente acaba de obtener mi grado de licenciado, y no estaba mal.
Nunca antes había tenido completamente a mi cargo a un grupo de estudiantes.
Sólo había sido adjunto –cuando mi tutor en turno prefería quedarse en su casa a ver un partido del mundial de Corea-Japón 2002, por ejemplo–, algunas veces en la UNAM.
Los colegas de la Ibero me habían advertido que algunos estudiantes de esa universidad podían ser arrogantes y buscar la manera de humillar académicamente a los profesores, si se lo proponían. Supuestamente varios profesores jóvenes no lo habían soportado.
Mi primer día como profesor de asignatura, estaba nervioso.
Hasta entonces no había tenido un verdadero modelo académico a seguir, y yo sólo me había estado preparando para ese curso como yo creía que debía prepararme.
Llegué al aula a presentarme a los estudiantes y a decirles qué haríamos durante el curso y cómo los evaluaría. La mayoría no creyó que realmente yo sería su profesor. Acababa de cumplir 25 años, traía el cabello largo –en la calle decían que me parecía a Francisco Palencia– y no me vestía precisamente como la sociedad esperaría que se vistiera un académico.
Se me agolpaban las ideas en la cabeza. Había planeado qué decir y cómo decirlo por mucho tiempo –casi dos meses–, pero nada estaba saliendo como quería.
Estaba a punto de perder el control, cuando la vi.
Ella estaba sentada en la primera fila. Sonreía ampliamente. Sus labios se veían jugosos y tersos. Sus ojos absorbían toda la luz -hasta creí reflejarme en sus pupilas- y su cabellera parecía flotar lentamente, como en un comercial de shampoos.
Su presencia me excitó de una manera extraña.
Me sentí como cuando estaba por comenzar un ciclo escolar en la primaria, y me excitaba la posibilidad de conocer a nuevos compañeros de clase.
Desde que la vi, ella me gustó.
Tenía sobrepeso y todo el aspecto caucásico -tez blanca, ojos verdes y cabellera rubia rizada-, que podía esperar de la gente que estudiaba en esa universidad privada. Seguramente –pensé– su familia es europea y tiene negocios en México.
En esa clase en particular había varias alumnas guapas, pero ella capturó toda mi atención.
Me pareció la estudiante más bonita de todas las que había visto en mi corta trayectoria como profesor adjunto.
Ella fue una estudiante excelente y de las más participativas –siempre hizo comentarios atinados– y se mostró atenta a la clase, aunque varias veces insistió en que sólo quería poner un consultorio, o dedicarse a aplicar pruebas psicométricas.
El curso era de Motivación y Emoción.
Al final del semestre les pedí a todos los estudiantes que me pasaran en una nota su opinión del curso –tenía la impresión de que el curso había sido malo y quería retroalimentación–, y ella me escribió que mi clase le parecía un poco tediosa –seguramente lo fue, porque no estaba acostumbrado ni a impartir esa materia, ni a fungir como profesor de asignatura– y que lo único que la sorprendía era que yo parecía tener memoria fotográfica.
Ahora que recuerdo todas estas cosas como si hubieran ocurrido hace unas horas, mientras ella continúa "disponible" en el chat, estoy convencido de que definitivamente jamás le enviaré un mensaje.
La ebriedad no es tan intensa como para perder el control por completo.
De todas formas, ¿qué le diría, si le escribiera?
“¿Hola? ¿Me recuerdas? ¿Fui tu profesor hace más de un año?
¿Desde que te vi, me gustaste? ¿Quieres salir conmigo...?”
He estado pensando en ella toda la semana.
(¿Por qué se hace llamar “La mucha... cha” en el chat?)
No he podido dejar de pensar en sus ojos de búho.
(¿Cuántas veces he pensado que sus pupilas se abren como un túnel de luz?)
No he podido dejar de pensar en su larga cabellera rubia.
(¿Cuántas veces he querido perderme en las profundidades de sus rizos?)
No he podido dejar de pensar en sus labios.
(¿Cuántas veces he imaginado las explosiones eléctricas de sus besos?)
Ella sigue “disponible”, pero la canción ya terminó y he perdido todo el ímpetu que tenía para enviarle un mensaje.
Jamás imaginé que así empezaría a escribir mi blog.
***
ÉSTE ES UN EXTRACTO (UN BORRADOR) DE UN LIBRO QUE PUBLICARÉ ALGÚN DÍA.