miércoles, febrero 20, 2008

Ella tenía la cabellera de Kurt Cobain



Olía a preticor, y era un día cualquiera de agosto. 
Probablemente estábamos en los últimos días del verano, pero ya parecía otoño.

Por primera vez en toda mi vida, me estaba dejando crecer el cabello -no lo traía más que unos centímetros por debajo de las orejas- e iba a una escuela vestido como civil. 

Mi papá insistía de vez en cuando en que me cortara el cabello, pero supongo que también estaba un poco harto de haberme llevado a la peluquería dos veces al mes durante los tres años de la secundaria. 

Hasta ahora no sé qué demonios me enseñó ese tipo de disciplina. 
Hay muchos hombres que traen el cabello corto y que son unos delincuentes. 

A mi papá no le gustaba que me vistiera con bermudas -eran unos viejos Calvin Klein que había cortado hasta las rodillas-, ni que sólo usara playeras con estampados de bandas de rock -decía que parecía un retrato-, pero generalmente hacía caso omiso de mi apariencia. 

Tenía unos días en la preparatoria.

La libertad de vestirme como quisiera y de tomar clases, o no, era toda una novedad. 


La preparatoria era muy diferente a la secundaria.
La secundaria me había gustado al principio, cuando las adolescentes del último año escuchaban a Vanilla Ice y yo las veía como mujeres atrapadas en mentes de niñas, pero cuando mi generación pasó a ser la generación del tercer grado, la escuela se convirtió en un gimnasio. Todos estaban vueltos locos por el basquetbol y si no eras hábil o no te interesaba -como yo-, no había forma de encajar en ningún grupo social. 

Además, por culpa de una chica, al final tuve problemas con unos bravucones -que de hecho eran amigos de mis compañeros de clase- y ya no soportaba la intimidación. 

Todos los alumnos eran idénticos y les gustaban las mismas cosas. 
Si sólo traía el cabello un poco largo -¿cuánto puede crecer en dos semanas?-, los prefectos no me dejaban entrar a la escuela, a menos que uno de ellos fuera mi amigo. 
Tenía que usar un horrible uniforme de color café y zapatos de señor, o un pants azul y zapatillas deportivas blancas.

Si eras amigo de alguno de los prefectos, también podías llevar zapatillas deportivas de color negro, en lugar de los zapatos, o traer el cabello un poco largo.  

Ese día que olía a preticor, estaba afuera del aula del Taller de Dibujo de Imitación, cuando esta chica apareció.

Cruzó el patio como un resplandor. 

Era blanca, tenía los ojos verdes y el cabello rubio y lacio, casi como Kurt Cobain

Nos miramos unos segundos, mientras ella seguía caminando. 




Me sonrió, y noté que sus labios eran muy pequeños.

Me hicieron pensar en el hueco que queda cuando le quitas el hueso al durazno.

Aunque su sonrisa era radiante, sus labios parecían melancólicos. 

Ella iba tomándole el brazo a un tipo que se veía más grande que yo. 
Tal vez era su hermano, o su novio. 

La conocí el siguiente año. 
Tomamos clases juntos. 

Era una mujer muy amistosa y siempre estaba sonriendo. 
Su nariz era muy blanca y se le transparentaban las venas. 

Tenía un grupo de amigas, y todas ellas casi siempre estaban juntas. 
Les gustaba jugar basquetbol. Tenían un balón al que le habían dibujado los logotipos de Nirvana y de Radiohead

Paula decía muchas groserías y me gustaba su forma de ser.  

Una vez le dije a una de sus amigas que quería invitar al cine a Paula, pero nunca me atreví a decírselo directamente a ella.
Me atraía de un modo salvaje, y estoy seguro que ella lo sabía y que simplemente no tenía ningún interés en mí.

Todo el tercer año de la preparatoria, estuve buscando una oportunidad para salir con ella, pero ella siempre tuvo novio.


Su novio no era muy distinto a mí -incluso también tenía el rostro cubierto de acné y el cabello lacio, como emperador azteca-, y, varias veces, al borde de la desesperación, me pregunté cómo diablos había conseguido que ella se fijara en él. 

Paula tuvo otro novio.

Estaba en el mismo grupo que ella -los dos querían ser abogados, y cursaban el área de Derecho- y era un tipo de buen aspecto. 

Tenía el cabello quebrado, los ojos de color verde y se vestía formal.
Él y yo no teníamos nada que ver. 

Yo tenía el número telefónico de Paula y, una vez, cuando ya habíamos salido de la preparatoria, la llamé, pero ella fue cortante. 

Sólo quería saludarla y saber si podía verla pronto, pero sospecho que ella quería mucho a su novio y que no quería tener problemas.  
A lo mejor hasta su novio estaba en ese momento con ella. 

Cuando tenía una semana en la Universidad, mis clases terminaban muy temprano y recorría la Ciudad Universitaria frecuentemente. 

Una vez, mientras caminaba hacia el metro Copilco, pasé junto a la Facultad de Derecho, del lado de Las Islas, y vi a Paula. 

Estaba sola, sentada en una de las jardineras. 

Me gritó por mi segundo nombre -si no recuerdo mal, ella solía llamarme "Mau"-, y me detuve para saludarla.


Yo iba vestido con una gabardina de piel, una camisa con motivos setenteros y unos pantalones de pana. También traía unas gafas de sol, ovales y vintage, como las que hizo famosas Kurt Cobain en las últimas fotos que le tomaron con vida.
Probablemente me veía más como un dealer que como un estudiante de primer ingreso de la Facultad de Psicología.   

Paula se me quedó mirando durante algunos segundos y luego me preguntó cómo me iba en la Universidad y qué tal me había parecido la escuela. 

No recuerdo qué le dije, pero sí recuerdo que fui cortante. 
No tenía prisa por llegar a ningún lado, pero aún me sentía rechazado por aquella llamada telefónica en la que Paula había sido cortante.

Yo estaba seguro de que la vería a menudo, pero la verdad es que jamás volví a verla en Ciudad Universitaria.  

Cuando tuve a mi primera novia de la facultad, busqué como loco a Paula.
No sé por qué quería mostrarle que era capaz de hacer que una chica se interesara en mí.

Cuando vuelva a verla, probablemente me dirá que ya está casada y que incluso tiene hijos.