domingo, abril 12, 2020

A la sombra de las muchachas en flor de Marcel Proust

Marcel Proust es probablemente uno de los escritores más citados y menos leídos en el mundo. Tal vez se debe a mi falta de sueño, a que estoy más irritable que de costumbre (por mi falta de sueño) y a que soy menos tolerante y más exagerado que en condiciones normales, pero creo que, de no ser así, algunas “mentes brillantes” de nuestra sociedad –pienso en les luchadores incansables que abogan por “el lenguaje inclusive” y que al mismo tiempo hablan el inglés con la exquisitez del acento británico–, ya habrían intentado censurar algunas de sus obras. 

Creo que si las personas equivocadas leyeran esta novela –el segundo tomo de los siete tomos que constituyen su obra maestra, que tardó ¡casi veinte años en escribir!–, podrían ignorar el contexto en el que fue escrita: el autor no podía hablar abiertamente de su sexualidad, estuvo enfermo casi toda su vida (y dependió de un modo insano de su madre y de su abuela) y su padre siempre lo vio como un inútil y un perezoso y lo comparó con su exitoso hermano.

(No estoy seguro, pero tal vez Proust se sentía profundamente culpable y menospreciado y quería impresionar a su padre y demostrarle que tenía talento para escribir, y, tal vez, por esta razón –y por muchas otras razones que desconozco y sobre las que ni siquiera puedo especular– le dedicó obsesivamente un tercio de su vida a la escritura de “En busca del tiempo perdido”.)



El lector equivocadamente podría interpretar esta novela como la historia de un acosador que espía a mujeres jóvenes en las fastuosas reuniones de Odette de Crécy, mientras se enreda en conversaciones pretenciosas y fútiles con personajes que aparentan formar parte de “la crema y nata de la aristocracia europea, para después fantasear e idealizar a esas mismas mujeres en la soledad de su habitación en la casa de sus padres o en el hotel de Balbec al que huye con su abuela para superar el rechazo de Gilberta

El lector equivocadamente podría enfocarse en los detalles anteriores e ignorar las asombrosas semejanzas entre los diversos personajes superfluos de principios del Siglo XX que aparecen en este tomo –talentosos pintores que engañan a sus esposas con alguna cocotte, damas de la “alta sociedad” que se reúnen para hablar mal de otras damas de la “alta sociedad”, arrogantes herederos de fortunas inconmensurables cuyo único propósito es humillar a la gente que consideran inferior a ellos, escritores que alaban patéticamente a quienes consideran influyentes para que les ayuden a publicar sus novelas y para que esa misma sociedad falsa los considere “artistas”, burócratas que hablan de negocios y de política como si se tratara de la vida y de la muerte, gerentes “aspiracionales” de restaurantes que tratan a los comensales de la manera en la que los ven vestidos– y la gente de nuestra sociedad.
 
Si en la época de Proust habían salones fastuosos en los que se reunía la aristocracia a perder el tiempo, ahora tenemos las redes sociales. 

Es tal y como lo dijo Juan Villoro en una conferencia a la que asistí. Palabras más, palabras menos, él dijo:
“Usamos las redes sociales de la misma forma en la que nuestros antepasados usaban el cuchillo cuando lo descubrieron: para asesinar a sus enemigos.”
(Basta que pasemos 5 minutos en las redes sociales de nuestra preferencia para que encontremos mensajes de odio, de humillación, de desprestigio, de “superioridad moral”...) 

Independientemente del lenguaje sesquipedálico de Proust –tal vez es un efecto del ambiente aristocrático en el que vivió– y de las digresiones características de su narrativa –que hacen un poco difícil la lectura–, todos aquellos que se consideran “escritores” deberían leer “A la sombra de las muchachas en flor”. 
 

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