Mientras intento ignorar los monótonos beats del reggaetón que proviene de alguna casa del fraccionamiento y me levanto de la silla para estirar las piernas un poco, pienso que en estas semanas de cuarentena he trabajado más de diez horas al día y que, sin embargo, no me siento nada productivo.
Me levanto de la cama cuando para mi cerebro siguen siendo las cinco de la mañana y cuando me doy cuenta el reloj de la computadora ya marca las diez de la noche y yo continúo trabajando.
Los días y las semanas se van rápidamente y no puedo terminar nada de lo que debo terminar.
Culpo al horario de verano, pero va más allá de eso.
Me vuelvo a sentar frente al escritorio e intento regresar al artículo que estaba leyendo.
Apenas leo un párrafo y recuerdo por qué lo abandoné.
Los autores usan tantas abreviaturas en el texto que no puedo dejar de pensar que el propósito de esta clase de artículos parece ser que uno olvide cuál es el objetivo del estudio y cuáles son los hallazgos principales.
Estoy en estas conclusiones cuando, por enésima ocasión en la semana, suena la alarma del automóvil de uno de los vecinos. La alarma no tiene horario: puede sonar a las tres de la mañana, puede sonar a la hora del noticiero de Ciro Gómez Leyva, puede sonar a las cuatro de la tarde, puede sonar a la hora del desayuno, puede sonar a la hora en la que Hugo López-Gatell da por concluida la conferencia de prensa...
Es un misterio por qué suena la alarma. A lo mejor basta que alguien pase cerca del automóvil para que la alarma se active.
A veces creo que el vecino la activa accidentalmente cuando abre la puerta de su auto, pero esto ocurre con tanta frecuencia que tal vez no sea así. (Puedo estar equivocado, pero no creo que se requieran varios meses de arduo entrenamiento para aprender a no activar una alarma por accidente.)
Otras veces creo que el vecino simplemente lo hace a propósito para que todos los demás inquilinos sepamos que él tiene un automóvil.
Esto último no es un disparate.
Prácticamente toda la gente que vive en el fraccionamiento tiene automóvil. A juzgar por la clase de mensajes que comparten en los chats de Whatsapp y por lo que hacen cotidianamente los domingos, tienen una extraña fascinación por los automóviles.
Hace un mes y medio, cuando el COVID-19 sólo le importaba a los chinos, un domingo salí a caminar por el fraccionamiento y me encontré a algunos vecinos que lavaban sus automóviles. (Lo hacían con tanta alegría que incluso parecía un festival.)
Me llamó la atención lo que hacía uno de ellos. Había dos automóviles –un BMW y un Beetle– estacionados frente a su casa. Mientras lavaba uno de los autos con cubetas y cubetas de agua, en el otro tenía las puertas y las ventanas abiertas y el estéreo encendido con los Chemical Brothers a todo volumen.
Ya sospechaba que era medio infantil y que le gustaba alardear, así que su comportamiento no me sorprendió.
Lo he visto recorrer distancias menores a cien metros dentro del mismo fraccionamiento (cuando va alguna tienda, por ejemplo) en su Beetle. También lo he visto andar en una escandalosa motocicleta a toda velocidad dando vueltas, como si las calles fueran una pista de carreras.
Total que, además de que no le gusta caminar, parece que sus vehículos son muy importantes para él y que le gusta llamar la atención.
Otro vecino tiene una camioneta, una motocicleta y tres Pugs. Parece que se dedica a la venta de automóviles. Me lo he encontrado en el “Dogpark*” del fraccionamiento, sentado en una banca y revisando su teléfono, mientras sus perros están “ejercitándose”, echados a sus pies. Lo he visto trasladar a los Pugs, desde su casa hasta el parque de perros, en su camioneta. La distancia tampoco es mayor a cien metros.
Hay de todo en el fraccionamiento.
También hay vecinos quisquillosos que se quejan de cualquier estupidez que ponga en duda su “consciencia social”, pero que sacan a caminar a sus perros (o, peor aún, los dejan salir solos) y que se hacen los locos cuando deben recoger las heces de sus perros.
También están los vecinos que hacen carnes asadas cada fin de semana y que se la pasan preguntando cuándo pasa el camión de la basura, pero que dejan sus botes de basura semanas enteras afuera de sus casas y que se la pasan quejándose en el chat de vecinos de que la Seguridad Privada del fraccionamiento no da “una buena imagen”.
También hay vecinos que han hecho fiestas en las últimas semanas y que creen que el coronavirus es un invento del gobierno para controlarnos a través del miedo.
Durante la cuarentena han empezado a surgir otras actividades.
Curiosamente, ahora, a los vecinos que no caminan más de cien metros, les ha dado por salir a correr diariamente. A otros vecinos les ha dado por escuchar música a todo volumen los domingos. (También es un misterio por qué lo hacen sólo los domingos, pero está bien: espero que conforme pasen las semanas y aún no podamos salir a la calle a hacer nuestras vidas cotidianas, no extiendan esta actividad a los demás días de la semana.)
Hoy me desperté a trabajar a las 6 de la mañana.
El CONACYT lanzó en estos días una convocatoria dirigida a proyectos que permitan lidiar con la pandemia en el país.
Según estimaciones de la OMS, actualmente hay alrededor de 200 millones de mujeres embarazadas en todo el mundo. En México, a principios de marzo, hubo dos casos de COVID-19 en mujeres embarazadas y una de ellas murió.
En el grupo de trabajo en el que estoy hemos intentado adoptar un modelo de infección viral durante la gestación, así que resulta (más o menos) evidente que debemos concursar en esta convocatoria.
Desde la mañana estoy consultando información en Pubmed relacionada con artículos de programación fetal y de cambios plásticos asociados a la gestación. Uno de los estudios más referidos es el NorFlu.
Casi son las 6 de la tarde y todavía no termino.
De lunes a viernes, el trabajo es más demandante.
Básicamente tengo reuniones académicas por Zoom y por Skype, al menos tres veces –mañana tengo una a las 8 de la mañana y otra a las 3 de la tarde–, y también debo tomar talleres virtuales de casi 4 horas consecutivas para impartir clases en línea –mañana tomaré un taller desde las 10 de la mañana– y preparar clases y terminar de escribir la discusión de un artículo de investigación original...
El otro día, mientras me tomaba un descanso, me metí a twitter y me encontré un tweet que me llamó la atención. Una psiquiatra le preguntaba a sus seguidores qué están haciendo durante la cuarentena para cuidar su salud mental.
Mi respuesta obvia iba a ser: “¿Acaso hay tiempo para eso...?”
Cada quien tiene sus problemas y les da la importancia que merecen de acuerdo a sus propias capacidades y límites, pero yo, de momento, no tengo tiempo para pensar en mi salud mental.
Me encuentro en una situación privilegiada respecto a otras personas. Puedo trabajar desde mi casa, sin preocuparme por el dinero. (Hace un año estaba en una situación totalmente distinta: en la universidad hubo una huelga que duró tres meses y trabajé desde casa, pero sin sueldo. Fue una locura.) Sin embargo, ayer, mientras impartía una plática en línea para un diplomado, me di cuenta de que el encierro también me ha afectado mentalmente.
A pesar de que me he mantenido en contacto con mis colegas desde hace casi un mes –antes de que comenzara la recomendación de quedarse en casa, tuve síntomas de resfriado, permanecí un par de semanas en reposo y desde entonces me he quedado en la casa–, me comuniqué torpe y atropelladamente en esta plática. No me gustó nada cómo dije lo que dije.
Ni siquiera pude hablar con fluidez de los experimentos que soñó Otto Lewy y que lo llevaron a descubrir la acetilcolina. (Y se supone que es una de las historias de las neurociencias que más me gustan.)
Me pregunto cómo han sido estos días extraños para los demás.
Me pregunto si alguien, además de los psiquiatras y de los psicólogos clínicos, ha considerado la importancia de la salud mental durante la cuarentena. Me pregunto cuáles serán las secuelas de este virus entre la gente asintómatica y entre las niñas y los niños que nazcan durante la cuarentena (o que sean procreados en la cuarentena).
Me pregunto qué haremos mañana.
NorFlu
We shall go on playing
Or Find A New Town
___________
*La mayoría de los vecinos no saben escribir apropiadamente en español cuando usan Whatsapp, pero usan términos como éste para llamar al pedazo de tierra y de pasto a donde llevan a jugar a sus perros.
Es un misterio por qué suena la alarma. A lo mejor basta que alguien pase cerca del automóvil para que la alarma se active.
A veces creo que el vecino la activa accidentalmente cuando abre la puerta de su auto, pero esto ocurre con tanta frecuencia que tal vez no sea así. (Puedo estar equivocado, pero no creo que se requieran varios meses de arduo entrenamiento para aprender a no activar una alarma por accidente.)
Otras veces creo que el vecino simplemente lo hace a propósito para que todos los demás inquilinos sepamos que él tiene un automóvil.
Esto último no es un disparate.
Prácticamente toda la gente que vive en el fraccionamiento tiene automóvil. A juzgar por la clase de mensajes que comparten en los chats de Whatsapp y por lo que hacen cotidianamente los domingos, tienen una extraña fascinación por los automóviles.
Hace un mes y medio, cuando el COVID-19 sólo le importaba a los chinos, un domingo salí a caminar por el fraccionamiento y me encontré a algunos vecinos que lavaban sus automóviles. (Lo hacían con tanta alegría que incluso parecía un festival.)
Me llamó la atención lo que hacía uno de ellos. Había dos automóviles –un BMW y un Beetle– estacionados frente a su casa. Mientras lavaba uno de los autos con cubetas y cubetas de agua, en el otro tenía las puertas y las ventanas abiertas y el estéreo encendido con los Chemical Brothers a todo volumen.
Ya sospechaba que era medio infantil y que le gustaba alardear, así que su comportamiento no me sorprendió.
Lo he visto recorrer distancias menores a cien metros dentro del mismo fraccionamiento (cuando va alguna tienda, por ejemplo) en su Beetle. También lo he visto andar en una escandalosa motocicleta a toda velocidad dando vueltas, como si las calles fueran una pista de carreras.
Total que, además de que no le gusta caminar, parece que sus vehículos son muy importantes para él y que le gusta llamar la atención.
Otro vecino tiene una camioneta, una motocicleta y tres Pugs. Parece que se dedica a la venta de automóviles. Me lo he encontrado en el “Dogpark*” del fraccionamiento, sentado en una banca y revisando su teléfono, mientras sus perros están “ejercitándose”, echados a sus pies. Lo he visto trasladar a los Pugs, desde su casa hasta el parque de perros, en su camioneta. La distancia tampoco es mayor a cien metros.
Hay de todo en el fraccionamiento.
También hay vecinos quisquillosos que se quejan de cualquier estupidez que ponga en duda su “consciencia social”, pero que sacan a caminar a sus perros (o, peor aún, los dejan salir solos) y que se hacen los locos cuando deben recoger las heces de sus perros.
También están los vecinos que hacen carnes asadas cada fin de semana y que se la pasan preguntando cuándo pasa el camión de la basura, pero que dejan sus botes de basura semanas enteras afuera de sus casas y que se la pasan quejándose en el chat de vecinos de que la Seguridad Privada del fraccionamiento no da “una buena imagen”.
También hay vecinos que han hecho fiestas en las últimas semanas y que creen que el coronavirus es un invento del gobierno para controlarnos a través del miedo.
Durante la cuarentena han empezado a surgir otras actividades.
Curiosamente, ahora, a los vecinos que no caminan más de cien metros, les ha dado por salir a correr diariamente. A otros vecinos les ha dado por escuchar música a todo volumen los domingos. (También es un misterio por qué lo hacen sólo los domingos, pero está bien: espero que conforme pasen las semanas y aún no podamos salir a la calle a hacer nuestras vidas cotidianas, no extiendan esta actividad a los demás días de la semana.)
Hoy me desperté a trabajar a las 6 de la mañana.
El CONACYT lanzó en estos días una convocatoria dirigida a proyectos que permitan lidiar con la pandemia en el país.
Según estimaciones de la OMS, actualmente hay alrededor de 200 millones de mujeres embarazadas en todo el mundo. En México, a principios de marzo, hubo dos casos de COVID-19 en mujeres embarazadas y una de ellas murió.
En el grupo de trabajo en el que estoy hemos intentado adoptar un modelo de infección viral durante la gestación, así que resulta (más o menos) evidente que debemos concursar en esta convocatoria.
Desde la mañana estoy consultando información en Pubmed relacionada con artículos de programación fetal y de cambios plásticos asociados a la gestación. Uno de los estudios más referidos es el NorFlu.
Casi son las 6 de la tarde y todavía no termino.
De lunes a viernes, el trabajo es más demandante.
Básicamente tengo reuniones académicas por Zoom y por Skype, al menos tres veces –mañana tengo una a las 8 de la mañana y otra a las 3 de la tarde–, y también debo tomar talleres virtuales de casi 4 horas consecutivas para impartir clases en línea –mañana tomaré un taller desde las 10 de la mañana– y preparar clases y terminar de escribir la discusión de un artículo de investigación original...
El otro día, mientras me tomaba un descanso, me metí a twitter y me encontré un tweet que me llamó la atención. Una psiquiatra le preguntaba a sus seguidores qué están haciendo durante la cuarentena para cuidar su salud mental.
Mi respuesta obvia iba a ser: “¿Acaso hay tiempo para eso...?”
Cada quien tiene sus problemas y les da la importancia que merecen de acuerdo a sus propias capacidades y límites, pero yo, de momento, no tengo tiempo para pensar en mi salud mental.
Me encuentro en una situación privilegiada respecto a otras personas. Puedo trabajar desde mi casa, sin preocuparme por el dinero. (Hace un año estaba en una situación totalmente distinta: en la universidad hubo una huelga que duró tres meses y trabajé desde casa, pero sin sueldo. Fue una locura.) Sin embargo, ayer, mientras impartía una plática en línea para un diplomado, me di cuenta de que el encierro también me ha afectado mentalmente.
A pesar de que me he mantenido en contacto con mis colegas desde hace casi un mes –antes de que comenzara la recomendación de quedarse en casa, tuve síntomas de resfriado, permanecí un par de semanas en reposo y desde entonces me he quedado en la casa–, me comuniqué torpe y atropelladamente en esta plática. No me gustó nada cómo dije lo que dije.
Ni siquiera pude hablar con fluidez de los experimentos que soñó Otto Lewy y que lo llevaron a descubrir la acetilcolina. (Y se supone que es una de las historias de las neurociencias que más me gustan.)
Me pregunto cómo han sido estos días extraños para los demás.
Me pregunto si alguien, además de los psiquiatras y de los psicólogos clínicos, ha considerado la importancia de la salud mental durante la cuarentena. Me pregunto cuáles serán las secuelas de este virus entre la gente asintómatica y entre las niñas y los niños que nazcan durante la cuarentena (o que sean procreados en la cuarentena).
Me pregunto qué haremos mañana.
NorFlu
We shall go on playing
Or Find A New Town
___________
*La mayoría de los vecinos no saben escribir apropiadamente en español cuando usan Whatsapp, pero usan términos como éste para llamar al pedazo de tierra y de pasto a donde llevan a jugar a sus perros.
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