Poco antes de que Internet fuera una excentricidad –y mucho antes de que imagináramos que se convertiría en uno de los servicios básicos de la civilización y que nos facilitaría la vida durante una pandemia–, por la época en que Lars Ulrich se quejaba de que Napster atentaba contra los derechos de autor –¿cómo es que el catálogo de Metallica terminó en Spotify?–, compré un cassette en El Chopo que supuestamente traía canciones inéditas de Nirvana.
Exceptuando una canción que sonaba remotamente a Nirvana y en la que parecía que Kurt Cobain hacía los coros, el cassette era un desperdicio. Traía canciones que cualquiera que no se considerara “admirador de ocasión”, ya habría escuchado.
La canción relataba una historia en la que un hombre le advertía a una mujer que la llevaría al infierno –“a la oscuridad de abajo”– y que ella lograría que “las cosas fueran mejores por cierto tiempo”, mientras algún narcótico hervía en su sangre y surtía efecto.
Cantaba un hombre de voz grave y rasposa.
La música sonaba vagamente al Unplugged In New York, pero era más elaborada que cualquier canción de Nirvana. También sonaba a la música de finales de los setenta.
Varios años después –probablemente cuando Reservoir Books publicó los diarios de Kurt Cobain–, supe que ese hombre de voz rasposa era Mark Lanegan y que había sido el cantante de los Screaming Trees.
En la época en la que Mark Lanegan colaboraba con Queens of the Stone Age, supe que Cobain no sólo había colaborado con los coros en “Down In The Dark”, sino que también había tocado la guitarra en “Where Did You Sleep Last Night?” y que ambas canciones aparecían en The Winding Sheet, el álbum debut de la carrera solista de Lanegan.
Cuando salió a la venta With The Lights Out –y entonces ya había escuchado “Long Gone Day”, su colaboración con Layne Staley en el álbum de Mad Season–, me enteré de que Lanegan y Cobain incluso habían formado una banda alrededor de 1992, a la que llamaron The Jury –con Krist Novoselic en el bajo y con Mark Pickerel en la batería– y que fracasó porque ninguno de los dos se había atrevido a imponerle su punto de vista al otro.
(“Ain't It A Shame” y “They Hung Him On A Cross” fueron grabadas en esa temporada.)
Cuando se cumplieron 25 años del lanzamiento del Unplugged In New York, leí una entrevista en la que Dave Grohl aseguraba que Kurt Cobain quería que ese álbum acústico sonara a The Winding Sheet.
(Como prueba de la admiración de Cobain hacia Lanegan, Nirvana grabó su propia versión de la canción de Ledbelly. Irónicamente, Lanegan nunca ha sido tan famoso como Cobain y ni siquiera ha gozado del mismo estilo de vida que sus contemporáneos –en algún momento, incluso fue un homeless–, pero esta canción quedó registrada como uno de los momentos más emblemáticos de los conciertos Unplugged de MTV*.)
Escuché The Winding Sheet en la época en que mi salud me obligó a dejar de beber alcohol, a dejar de fumar, a cambiar mi dieta y a adherirme a tratamientos médicos que no dieron resultado.
Me sentía miserable –cuando “me sentía bien”, tenía náuseas y ataques de ansiedad que me impedían permanecer encerrado en un lugar más de una hora– y terminé en el quirófano –rechacé la laparoscopía y me abrieron en canal, y la recuperación fue tardada y dolorosa– y este álbum me acompañó en el proceso de la enfermedad y en la recuperación de la cirugía. (Éste y otros álbumes suyos son muy importantes para mí, pero esos asuntos los reservo para mis textos personales.)
No esperes a que Mark Lanegan muera y a que un periodista de rock te invite a escuchar su música. Puedes comenzar a escucharlo hoy, cuando The Winding Sheet cumple 30 años.
Apuesto que, de haber muerto en las mismas circunstancias que otros músicos de su generación –también era amigo de Layne Staley, e incluso intentó convencerlo de ingresar a un centro de rehabilitación, poco antes de su muerte–, los periodistas de rock lo compararían con Jim Morrison.
*En una entrevista que dio a Rolling Stone en estas semanas, para hablar de “Sing Backwards And Weep”–sus memorias, recientemente publicadas– les dijo que nadie le creía cuando les decía que Kurt Cobain lo admiraba y que incluso le había insistido a Dylan Carlson –un amigo en común de los dos– que lo convenciera para que asistiera a un concierto de Nirvana en la Biblioteca Pública de Ellensburg –mucho antes del éxito de Nevermind–, y que los presentara.)
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