Esa tarde de mayo o junio, nos peleamos por una tontería y ella quiso hacer las paces, pero yo, como el gran idiota que soy, continué y entonces nos dejamos de hablar. No quería pensar en la horrible persona que soy cuando me empecino en tener la razón y tampoco quería reconocer que me había equivocado, así que hice algo que casi nunca hago: encendí la televisión. Pero no la encendí para ver cualquier cosa que atontara mis sentidos. Me metí a la aplicación de Max y busqué Los Soprano. Ya me habían hablado de la serie, sabía que Gandolfini ya estaba muerto desde hacía más de diez años, que le había dado un infarto en la habitación 449 del Hotel Boscolo Exedra en Roma; me habían dicho que era una serie estupenda, me la habían recomendado uno de mis hermanos y uno de mis escritores de cabecera (quien era tan fan de la serie que constantemente la citaba en sus relatos y además había escrito por esos días una columna en un diario de circulación nacional en la que divagaba sobre la importancia de las mujeres con las que estaba relacionado Tony Soprano) y, sin embargo, por una u otra razón, en 2 ó 3 años, no había podido pasar de la primera media hora del primer capítulo, a lo mejor tenía tantas expectativas que ese capítulo acaba por parecerme tedioso. Iban a dar las once de la noche, ella y yo seguíamos sin hablarnos y la reconciliación parecía tan distante e imposible como el trabajo de mis sueños, pero ya estaba terminando la Temporada 1.
En fin, en estos días, mientras sobrevivía a las náuseas provocadas por el vino tinto de la cena de Noche Buena, terminé las 6 Temporadas. Acabar Los Soprano me tomó alrededor de 6 meses: 2 episodios cada día, cada 2 ó 3 días, exceptuando los fines de semana. Y sí me pareció una serie tan genial como decían que era, pero también tuvo momentos malos –como la vida– y creo que hasta descubrí muchas cosas de mí mismo en Tony Soprano –si reflexiono un poco, mis problemas para relacionarme con la gente provienen de la forma en la que aprendí a relacionarme con mi familia, a veces no puedo delegar mis responsabilidades, a veces no logro ver lo fabulosa que es la mujer que vive conmigo desde hace más de diez años–, y todo esto transcurrió de manera casi imperceptible: Tony se había convertido casi en un miembro de mi familia, veía al Tío Junior por todas partes, me creaba ambivalencia el cinismo de Janice, me identifiqué con Christopher, sentí pena por la forma en la que acabó Johnny Sack, aborrecí a Phil Leotardo y a los chantajistas del FBI; temporada tras temporada, la Dra. Melfi me cayó peor; pensé en que podría interpretar a Furio y que Carmela podría ser mi crush.
En una escena, Meadow veía un video de Morphine en su recámara; en otra escena, Carmela salía del consultorio de la Dra. Melfi mientras sonaba una canción de Tom Petty; casi al final de la Temporada 6, la cámara se enfocaba en un árbol que había atravesado la camioneta de Christopher y que se había insertado exactamente en el asiento que podría haber ocupado su bebé, mientras sonaba “Comfortably Numb” y Christopher agonizaba, ahogándose en su propia sangre, detrás del volante, y Tony tomaba una decisión. En la Temporada 5, Steve Buscemi interpretó a «Tony B» –un mafioso que pasó varios años en la cárcel y que quiso rehacer su vida, pero que recayó por la tentación del dinero– y dirigió algunos capítulos; Sir Ben Kingsley, Nancy Sinatra y David Lee Roth también aparecieron en otras temporadas, “interpretándose” a ellos mismos.
El final no podía ser cualquier tontería explícita, no podía terminar con «Y Los Soprano fueron felices para siempre...», y los fans han especulado mucho sobre el posible significado de ese hombre que parece estar cazando a Tony mientras Carmela y sus hijos se reúnen con él en ese restaurante de bajo perfil, David Chase ha contado su versión, ha dicho que nada fue un accidente, que el final tenía que estar abierto a lo que cada espectador quisiera creer que ocurriría con Los Soprano, y me pareció un final muy bueno, que “Don't stop believin'” sonara cuando aparecen los créditos de la serie fue la mejor elección, y, sin embargo, el final me dejó con una sensación de vacío, como si alguien me hubiera dado un puñetazo en el estómago y estuviera recuperando lentamente el aire y volviendo a la (implacable) realidad, esta en la que ya hice las paces con mi esposa, pero en la que no importa cuánto lo intente, en la que el trabajo de mis sueños sigue siendo algo imposible y distante.
*Nada es cierto, todo es cierto, una columna que podrías leer en un diario de circulación nacional, si mi vida no fuera tan dantesca.
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