Durante casi dos semanas estuve tomando valaciclovir, tres veces al día. Durante dos semanas no he salido a correr. Durante casi un mes no he bebido ni un vasito de Jack Daniel's. El sábado cumplí 10 meses sin fumar. Y hoy estoy despierto desde las seis de la mañana.
No quiero divagar, no quiero entrar en detalles, tampoco quiero hundirme en la oscuridad que me ha perseguido todo este mes. Tampoco quiero dejar que el dolor se apodere de todo, ni estar pensando en cuánto deseo rascarme la mano, el brazo y la espalda. La comezón es insoportable. Es como si me hubieran arrastrado varios metros por el asfalto: me punza, me duele, me da comezón.
Quisiera deshacerme de todas estas sensaciones que no me dejan en paz, quisiera poner las cosas en orden, desahogarme, escribir sobre todo lo que ha ocurrido en los últimos días, pero Kilitos de Amor ya está en el escritorio, junto a la computadora, y maúlla y ronronea y me mira fijamente, y en su lenguaje felino me pide su porción matutina de Royal Canin. El comienzo de este ritual, me llevará a otra parte del ritual de todos los días: sacar la tira reactiva y el glucométro y la lanceta y pincharme un dedo y depositar una gota de sangre en la tira reactiva, y anotar cuántos mg/dl tengo de glucosa en sangre en ayuno, y perder un tiempo muy valioso intentando recordar qué comí ayer.
Paso la lengua por el paladar. Las encías están inflamadas. Siempre ocurre cuando tengo la glucosa altísima. No he bebido ni un vasito de Jack Daniel's en casi un mes, pero ayer me tomé un vaso de Coca-Cola y me comí una hamburguesa con papas a la francesa. La vida no puede ser tan monótona. No puedes tomar agua sin azúcar y comer verduras hervidas y pechuga de pavo, todos los días.
No quiero hundirme en la oscuridad que me ha perseguido casi todo el mes.
Desde algún rincón de la casa, Yoko maúlla una y otra vez, y sus maullidos son tan agudos que no puedo concentrarme, y no sé por qué pienso en que sus maullidos a veces suenan como cuando alguien pasa un cuchillo afilado por un vidrio, y me remontan a alguna escena de Pesadilla en la calle del infierno en la que Freddy Krueger pasaba las navajas de los dedos de su guante sobre la tubería de algún sótano de las pesadillas de sus víctimas. También pienso en que todo se puede romper dentro de mí, como supuestamente le ocurrió al papá de Knausgård y como supuestamente le ocurre a su esposa, según lo que relata a partir de la página 920 del último tomo de Mi Lucha que estaba leyendo esta mañana antes de levantarme de la cama, cuando mi sueño fue interrumpido por el adormecimiento y por el dolor y por la comezón que siento en la mano, en el brazo y en la espalda.
Ya estoy olvidando sobre qué quería escribir, no quería divagar, el impulso de escribir se va desvaneciendo como el último sueño que tuve antes de despertarme, ese que fue interrumpido por los síntomas que dejó el herpes zoster, ese sueño en el que apareció esta chica que estudiaba la licenciatura cuando yo estaba terminando el doctorado y que a veces iba al laboratorio y que nunca me hablaba sobria, pero, que, cuando, por ejemplo, coincidíamos en la clausura de algún congreso y ella ya tenía unos tragos encima, me saludaba y me contaba dos o tres cosas de su proyecto de investigación; esta chica que quién sabe por qué me intriga, esta chica que no entiendo –¡somos de mundos totalmente distintos!–, y que quién sabe por qué aparece en mis sueños ocasionalmente. En ese sueño, ella caminaba junto a mí, subía unas escaleras que yo iba bajando, y a lo lejos se incendiaba una casa, y yo descendía del tercer piso del edificio en el que viví toda mi infancia, y esa casa que se incendiaba era como la casa de la servidumbre de una mansión, y el camino que llevaba de la calle a la mansión estaba rodeado de árboles y de pasto, como si fuera un pequeño campo de golf, y el camino incluso tenía una fuente y una autopista por la que pasaban autos lujosos. La mansión se parecía a esa mansión de Eyes Wide Shut, la última película de Stanley Kubrick. En el ambiente del sueño había una especie de nostalgia, como si estuviéramos atrapados en una película del cine de oro mexicano. Y esta chica pasaba junto a mí, y tenía la mirada perdida, y llevaba puesto un suéter blanco con rayas negras y tenía cara de funeral.
No sé qué puede significar ese sueño, sólo sé que soy el único que podría entender de dónde salieron todos estos escenarios y alegorías y esta chica, y estoy tratando de encontrar qué mensaje oculto pueden tener el edificio de la infancia, el incendio a unos metros del edificio, las escaleras y Kubrick y el cine de oro mexicano, y el hecho de que yo voy bajando por las escaleras y que esta chica va subiendo por las escaleras, cuando Lizzie entra en la recámara y de pronto me doy cuenta de que Jackson está acostado junto a mí en la cama. Él nada más contempla lo que ocurre más allá de la cama, cómo Lizzie pasa por la recámara y luego se mete en el cuarto donde teje, y luego me mira y cierra los párpados lentamente y mueve las orejas un poco, y todo esto lo hace de un modo en el que parece que está meditando, o evaluando los pros y los contras de levantarse de la cama. Es un gato sensacional, es el más paciente de los tres, y también es el más travieso y el más cariñoso. El que hace más vocalizaciones.
Estoy en todas estas cosas, cuando suena el teléfono, me ha llegado una notificación de What's App, es un mensaje de voz, intento ignorarlo, y me acuerdo del domingo pasado, cuando un fulano me llamó por teléfono en la tarde y fue directo al punto, me dijo Su paquete de Amazon llegará en 20 minutos, y yo le dije que estaba equivocado, que yo no había pedido nada, y luego me preguntó ¿Cómo está? y yo le dije la verdad, que estaba más o menos, ese día cumplía alrededor de 10 días con herpes zoster y en tiempo récord me habían bateado de tres convocatorias para plazas de académicos de tiempo completo en dos universidades distintas, y entonces le pregunté al fulano cómo estaba él –hasta ese punto, ni él me dijo su nombre ni confirmó el mío, como suelen hacer los ejecutivos de ventas cuando te llaman por teléfono– y él me dijo algo terriblemente patético –Con salud y con trabajo, gracias a Dios– y allí fue donde confirmé que se trataba de una estafa, que el sujeto tenía estudiado su discurso de “persona decente y chambeadora”, y divagué, y me lo imaginé como “persona decente y chambeadora”: cabello corto (fascistoide), saco, camisa formal, pantalones caqui, zapatos con punta de pico de pato... sin pendientes, obviamente, y sin tatuajes visibles, obviamente. Entonces, cuando le iba diciendo Ah, aquí es la parte en la que me vas a pedir que te dé un código que me llegará a mi What's App, él colgó. No sé dónde leí que a una celebridad la estafaron de una manera similar, pero mientras transcurría esta llamada telefónica, reconocí que aprendí algo de la experiencia de otra persona.
Yo también colgué y no dejé de pensar en que el mundo de las apariencias es un asco. Que “la fábrica de sueños”, primero, y que las redes sociales, ahora, han adoctrinado de tal modo a la sociedad que creemos que una persona es como se ve: que las apariencias lo son todo. Podrías toparte en la calle con un hijo de la chingada que se ve estupendamente bien y que le vendería su madre al mejor postor, pero que te tira un rollo aspiracionista y empresarial, y entonces entregarle las llaves de tu casa porque eso es lo que te han enseñado la tele y los medios masivos de comunicación.
Escribo estas líneas y trato de ignorar el mensaje de voz que acaba de llegarme por What's App, pero hay un montón de distractores en todas partes. Yo sólo quiero desahogarme, olvidar estas dolorosas sensaciones que carcomen mi mano, mi brazo y mi espalda, y que me hacen sentir como si me hubieran arrastrado varios kilómetros por el asfalto y que me hacen desear una sola cosa: ¡rascarme hasta arrancarme toda la piel!
Estas dolorosas sensaciones tal vez son una manera en la que mi cuerpo me está diciendo que mande todo a volar, que deje de pensar en la oscuridad que me ha perseguido todo el mes, que la academia es una farsa, similar a la representación de “persona decente y chambeadora” del fulano que quiso estafarme por What's App el domingo pasado; que todas las plazas académicas ya tienen nombre y apellido, que he conseguido en tiempo récord mucho más de lo que podría conseguir cualquier académico con contratos temporales. Que puedo hacer muchas cosas más que las que podría hacer alguien a quien le ponen todo en bandeja de plata. Que debo aprender de mi propia experiencia, que es un poco absurdo aprender de la experiencia de otras personas y ser incapaz de aprender de tu propia experiencia. Que la publicidad es tan cabrona y obvia, que hasta escritores sin imaginación venden novelas sin imaginación. Y la gente los reconoce como escritores.
También cabe la posibilidad de que este dolor y esta convalecencia no signifiquen nada, tal vez nada significa nada, tal vez esto no significa nada, tal vez la aparición del edificio de mi infancia en mis sueños no significa nada, tal vez los distractores son la realidad, tal vez la selección mexicana de futbol es lo único real, tal vez lo único que importa es tener un buen publicista o un buen contacto, tal vez todos los días debemos salir de nosotros mismos, tal vez nosotros somos nuestra propia oscuridad, tal vez las enfermedades son todas psicosomáticas, tal vez lo único real es que no podemos vivir de satisfacciones personales, somos adultos y no podemos pasar todo el día en la cama, huyendo de las responsabilidades porque estamos tristes.
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