domingo, enero 19, 2025

¿Eres lo que atraes?



Hay diversos puntos de vista sobre lo que significa una mala noticia –que te digan por teléfono que tienes tal o cual enfermedad y que sólo te quedan 3 meses de vida, que el amor de tu vida acepte tu invitación a cenar y allí te diga que está enamorada de tu mejor amigo, que te comuniquen por correo-e que no pasaste ni siquiera la primera fase de un concurso para una plaza académica de tiempo completo–, pero, independientemente de ello, soy la clase de persona que “atrae” malas noticias, y esto no tiene nada que ver con la metafísica: tengo “un imán” para recibir noticias sobre la muerte –diría que las recibo casi de manera inmediata a la muerte de alguien– porque siempre estoy al pendiente de las malas noticias, mi cerebro siempre está al pendiente de todas las cosas malas, y es un vicio, no recuerdo un solo día de los últimos diez o veinte años en el que no haya estado así.

Hace un año, por ejemplo, cuando me debatía entre continuar con mi rutina y satisfacer mi adicción a la nicotina, o resistirme a salir al Oxxo a comprar una cajetilla de Camel –después de casi 8 años de abstinencia, tras una larga enfermedad que me llevó al quirófano, había recaído y estaba perdiendo el control otra vez–, me metí a X y leí en la cuenta de Jesús Ramírez-Bermúdez que José Agustín acababa de morir. Mentiría si dijera que lo primero en lo que pensé fue cuál de sus libros me gusta más —¿Ciudades desiertas?, ¿Se está haciendo tarde?— y cuál menos —¿Dos horas de sol?, ¿La tumba?—; más bien, pensé en que era un imán de malas noticias, en que ocurrió lo mismo cuando murieron David Bowie, Chris Cornell, Mark Lanegan, Andrew Fletcher...

El otro día volvía a la casa después de correr 7 kilómetros y traté de acallar los pensamientos negativos que casi nunca puedo ignorar, que son como una vocecita que siempre está aconsejándome, y me senté a tomarme un suero, a revisar en la aplicación del teléfono cuál había sido mi mejor tiempo. Calculé que corrí casi veinte segundos más rápido que el lunes, y eso me hizo sentir bien. «Una buena noticia entre las tantas malas noticias que he recibido en los últimos 4 meses», me dije mentalmente. Luego, intenté enfocarme en otras buenas noticias: en que (otra vez) cumplía un año sin fumar –antes de recaer, fumaba a todas horas, una cajetilla en un par de horas si había alcohol de por medio, tenía dedos de nicotina, no podía subir escaleras sin sentir que me daría un ataque al corazón–, en que en esta semana terminábamos de responderle los treinta y tantos comentarios al Revisor #5 y en que no puede llover todo el tiempo, que nadie puede recibir malas noticias todo el tiempo. 

Y estaba funcionando: de alguna manera, había logrado desasirme de esos pensamientos negativos, pero después me metí a Facebook y vi un post de Stereogum y allí había una fotografía de David Lynch y decía que él acababa de morir. El post tenía 3 minutos de haber sido publicado. Mentiría también si dijera que conozco todas las películas de Lynch, que Eraserhead es mi favorita. Que veo la vida cómo él la veía, que me sabía esa anécdota en la que Spielberg lo dirige y él interpreta a John Ford, que yo era de los fans que decía que esa escena de Los Fabelman era la mejor escena en la historia del cine: el mejor director de cine, dirigiendo al mejor director de cine, interpretando al mejor director de cine. Escuché el soundtrack de Lost Highway antes de ver la película.

Me terminé el suero y pensé en que algo malo ocurre conmigo, en que estoy tan acostumbrado a ver que la vida es una amenaza constante, en que lo primero que pienso en cualquier circunstancia es en todo lo malo que puede suceder —eso no me incapacita para hacer lo que tenga que hacer, sólo me impide disfrutar el proceso—, y desde ayer o anteayer, ya no sé cuándo, no puedo dejar de preguntarme cómo hacen los demás para ignorar todo lo malo que hay en el mundo: ¿qué cosas leen, qué música escuchan, cómo pasan su tiempo libre...?, ¿pueden ver una película de David Lynch, llenar los huecos con su imaginación, y ser felices...?

*Nada es cierto, todo es cierto, una columna que podrías leer en un diario de circulación nacional, si mi vida no fuera tan dantesca.

martes, enero 14, 2025

Tener una plaza indeterminada es más difícil que sacarse la lotería

 


Salí a correr 7 kilómetros, por primera vez en más de un año no asistí al seminario de cada lunes, desayunamos alrededor de la una de la tarde, algo que ha ocurrido desde que tomamos el nuevo fármaco, el que tiene dapaglifloxina y metformina, te genera una sensación de llenado en el estómago, te mantiene sin apetito y a veces con náuseas. 

Trabajé en las respuestas a los revisores de este MS que tal vez será publicado en los próximos meses, un colega sugiere algunos cambios que no solicitaron los revisores, eso me puso de malhumor, mis condiciones de trabajo de toda la vida me impiden escribir lo que quiero escribir; como no tengo una plaza indeterminada, tengo que negociar con los colegas que sí la tienen –ellos pagan los APC–, y debo ceder muchas veces y escribir algo con lo que no estoy tan de acuerdo. Está difícil publicar en revistas que no tienen Open Access. Las universidades destinan una parte de sus recursos en suscripciones a revistas y en financiamiento para que sus académicos paguen Open Access.

Además de que mi trabajo no es remunerado y de que el mundo no es un lugar gratuito –todos los días tienes que pagar algún servicio, todos los días estás expuesto a comerciales, a mensajes que te invitan a gastar en cosas que no necesitas–, trabajo sin cobrar un sueldo y ocupo mi tiempo libre en este trabajo no remunerado. Es algo tan idiota. Claro: hay que esforzarse, picar piedra, hacer sacrificios, invertir a largo plazo.... Pero, en retrospectiva, ¿qué sentido tienen todas las inversiones a largo plazo que he hecho...?; por ejemplo: ¿de qué me sirve ser Investigador Nacional Nivel II, si no tengo una plaza indeterminada...?, ¿de qué me sirven todas estas inversiones a largo plazo, si ninguna universidad me da la oportunidad de concursar por una oposición...? 

Todo esto es lo mismo, lo de siempre, pero peor. Y ¿a quién engaño? Siempre ha sido así. No tengo esa “suerte”, o fortuna, o como quieras llamarle, que otras personas tienen. Ya sabes: no quieres una plaza, y te la ofrecen. Ya sabes: te abren las puertas de la academia desde que eres estudiante de maestría, te apoyan, te dan tu lugar, reconocen tu trabajo, entras al doctorado, no te tratan con la punta del pie, te abren un concurso de oposición cuando estás en el posdoc, lo rechazas porque no te gusta esa universidad y a la semana otras personas (a quienes no has tratado directamente) te ofrecen otra plaza en una universidad que sí te gusta. Conozco casos así, no los estoy inventando, nadie me los contó, yo traté a esas personas.

Así como estoy ahora, más o menos estaba hace un año: trabajando sin recibir un centavo, ocupando mi tiempo libre en cosas súper demandantes y súper especializadas: contestándoles a 5 revisores del MS que fue publicado en abril, llenando mi solicitud de evaluación del SNII, impartiendo 15 horas de clase a la semana, coordinando simposios de divulgación, impartiendo pláticas de divulgación o cursos especializados para médicos, ¡todo en quince días! Y ¿qué conseguí con ello? Lo que tengo ahora: mi distinción de SNII II y este trabajo no remunerado desde noviembre. La experiencia de haber tocado estas 5 puertas de estas 5 universidades que nunca se abrieron y que me trataron como uno más, como un candidato del montón.

¿Cuál es el punto? Hago todas estas cosas porque tengo la expectativa del trabajo de mis sueños, pero el trabajo de mis sueños está cada vez más lejos. Hoy, por ejemplo, mientras corría, me llegó una notificación al teléfono y, ¡adivina qué! 

«Tiene una estupenda trayectoria académica, le deseamos un futuro brillante, pero...»

Y fue un correo-e con copia a más de 50 personas. Ése es el punto. Somos muchas personas. Tener una plaza indeterminada es más difícil que sacarse la lotería.