Hay diversos puntos de vista sobre lo que significa una mala noticia –que te digan por teléfono que tienes tal o cual enfermedad y que sólo te quedan 3 meses de vida, que el amor de tu vida acepte tu invitación a cenar y allí te diga que está enamorada de tu mejor amigo, que te comuniquen por correo-e que no pasaste ni siquiera la primera fase de un concurso para una plaza académica de tiempo completo–, pero, independientemente de ello, soy la clase de persona que “atrae” malas noticias, y esto no tiene nada que ver con la metafísica: tengo “un imán” para recibir noticias sobre la muerte –diría que las recibo casi de manera inmediata a la muerte de alguien– porque siempre estoy al pendiente de las malas noticias, mi cerebro siempre está al pendiente de todas las cosas malas, y es un vicio, no recuerdo un solo día de los últimos diez o veinte años en el que no haya estado así.
Hace un año, por ejemplo, cuando me debatía entre continuar con mi rutina y satisfacer mi adicción a la nicotina, o resistirme a salir al Oxxo a comprar una cajetilla de Camel –después de casi 8 años de abstinencia, tras una larga enfermedad que me llevó al quirófano, había recaído y estaba perdiendo el control otra vez–, me metí a X y leí en la cuenta de Jesús Ramírez-Bermúdez que José Agustín acababa de morir. Mentiría si dijera que lo primero en lo que pensé fue cuál de sus libros me gusta más —¿Ciudades desiertas?, ¿Se está haciendo tarde?— y cuál menos —¿Dos horas de sol?, ¿La tumba?—; más bien, pensé en que era un imán de malas noticias, en que ocurrió lo mismo cuando murieron David Bowie, Chris Cornell, Mark Lanegan, Andrew Fletcher...
El otro día volvía a la casa después de correr 7 kilómetros y traté de acallar los pensamientos negativos que casi nunca puedo ignorar, que son como una vocecita que siempre está aconsejándome, y me senté a tomarme un suero, a revisar en la aplicación del teléfono cuál había sido mi mejor tiempo. Calculé que corrí casi veinte segundos más rápido que el lunes, y eso me hizo sentir bien. «Una buena noticia entre las tantas malas noticias que he recibido en los últimos 4 meses», me dije mentalmente. Luego, intenté enfocarme en otras buenas noticias: en que (otra vez) cumplía un año sin fumar –antes de recaer, fumaba a todas horas, una cajetilla en un par de horas si había alcohol de por medio, tenía dedos de nicotina, no podía subir escaleras sin sentir que me daría un ataque al corazón–, en que en esta semana terminábamos de responderle los treinta y tantos comentarios al Revisor #5 y en que no puede llover todo el tiempo, que nadie puede recibir malas noticias todo el tiempo.
Y estaba funcionando: de alguna manera, había logrado desasirme de esos pensamientos negativos, pero después me metí a Facebook y vi un post de Stereogum y allí había una fotografía de David Lynch y decía que él acababa de morir. El post tenía 3 minutos de haber sido publicado. Mentiría también si dijera que conozco todas las películas de Lynch, que Eraserhead es mi favorita. Que veo la vida cómo él la veía, que me sabía esa anécdota en la que Spielberg lo dirige y él interpreta a John Ford, que yo era de los fans que decía que esa escena de Los Fabelman era la mejor escena en la historia del cine: el mejor director de cine, dirigiendo al mejor director de cine, interpretando al mejor director de cine. Escuché el soundtrack de Lost Highway antes de ver la película.
Me terminé el suero y pensé en que algo malo ocurre conmigo, en que estoy tan acostumbrado a ver que la vida es una amenaza constante, en que lo primero que pienso en cualquier circunstancia es en todo lo malo que puede suceder —eso no me incapacita para hacer lo que tenga que hacer, sólo me impide disfrutar el proceso—, y desde ayer o anteayer, ya no sé cuándo, no puedo dejar de preguntarme cómo hacen los demás para ignorar todo lo malo que hay en el mundo: ¿qué cosas leen, qué música escuchan, cómo pasan su tiempo libre...?, ¿pueden ver una película de David Lynch, llenar los huecos con su imaginación, y ser felices...?
*Nada es cierto, todo es cierto, una columna que podrías leer en un diario de circulación nacional, si mi vida no fuera tan dantesca.
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