Hace un mes asistí a una conferencia impartida por Juan Villoro.
Lo invitaron a la universidad a hablar sobre el movimiento estudiantil de 1968.
Su conferencia formó parte de una serie de eventos académicos que estuvieron llevándose a cabo en las últimas dos semanas y cuyo motivo fue rendir un extraño homenaje a La Masacre de Tlatelolco que cumplió 50 años el pasado 2 de octubre.
(¡Medio siglo! Y algunas personas siguen creyendo que se trató de una pequeña disputa de venta de drogas entre dos estudiantes revoltosos. ¿Acaso no fue lo que dijo Jacobo, a nivel nacional, en su momento?)
En las primeras dos filas había algunos asientos libres, pero (obviamente) estaban reservados para las autoridades de la UAM-Iztapalapa. Cuando me había resignado a escuchar la conferencia de pie, hallé un asiento libre en la tercera fila, casi en frente del púlpito desde el que hablaría Villoro, entre dos mujeres que nunca dejarían de tomar notas como si fueran mecanógrafas.
Pobres estudiantes: parecían estar allí más por compromiso que por interés. Probablemente algún profesor las obligó a asistir para no tener que dar su clase.
(¿No es terrible? ¿No es similar a lo que hacen algunos maestros de nivel básico, cuando obligan a los alumnos a leer libros aburridísimos...? ¿No los convierten, casi automáticamente, en adultos que odian leer...?)
Yo llevaba Espejo Retrovisor, esperando conseguir el autógrafo –y quizá una dedicatoria– de Villoro*. Mi experiencia me decía que sería relativamente fácil acercarme a él y pedírselo.
Hace unos meses, Paco Ignacio Taibo II vino a dar una plática a la universidad.
Un grupo de estudiantes lo invitó a hablar sobre el proyecto de gobierno de Andrés Manuel López Obrador. La plática se llevó a cabo en una de las áreas verdes entre los edificios donde se imparten clases de Ciencias Sociales y Humanidades y de Ciencias Biológicas y de la Salud, para que Taibo tuviera la libertad de fumar.
Mientras escuchaba y respondía las preguntas del público, me acerqué a él con la biografía de Pancho Villa y me la firmó... incluso se dio un momento para preguntarme mi nombre y también me puso una dedicatoria.
Juan Villoro se caracteriza por ser un orador entretenido y mentalmente ágil, capaz de llevar a la audiencia a la reflexión y a la carcajada de un momento a otro. Hace un par de meses, en vísperas de La Copa del Mundo, ofreció, prácticamente él solo, una plática ¡de casi dos horas! sobre Jorge Ibargüengoitia y mantuvo la atención del público, pasando de anécdotas y de autores como Carlos Mosinváis, a libros especializados de crítica literaria que fueron muy influyentes para una generación de escritores.
Tiene un discurso inagotable.
Al final de esta conferencia sobre el movimiento estudiantil de 1968, el público le hizo preguntas de carácter político. En general, la gente cuestionaba la viabilidad del proyecto de gobierno del presidente electo. Villoro sugirió que había una similitud social y política entre este gobierno y el que siguió al sexenio de Gustavo Díaz Ordaz.
Auguró unos años terribles.
Alguien del público le preguntó qué opinaba de las redes sociales como herramienta para comunicar, a gran escala y en cuestión de segundos, temas "de interés nacional".
Villoro dijo que parecíamos como los hombres de las cavernas que acaban de descubrir el cuchillo y que sólo lo emplean para acuchillar a sus enemigos.
Cuánta razón.
Basta echar un ojo a cualquier red social para darse cuenta de la cantidad de mensajes de odio que abundan y de la cantidad de noticias falsas y pseudocientíficas que se esparcen como una epidemia**.
También basta que uno pase cinco minutos en redes sociales para darse cuenta de la terrible calidad de la información que circula en ellas y para identificar qué características tienen las "voces autorizadas" de hoy: adolescentes (o adultos con mentalidad adolescente) "irreverentes", "políticamente incorrectos", "críticos" y "súper sensibles", cuya única meta en la vida parece ser convertirse en personajes populares y divertirse y cobrar fuertes sumas de dinero por divertirse... sin rendirle cuentas a nadie... ni respetar a nadie.
Unos días después, asistí a una comida y tenía muchas ganas de compartir mis impresiones respecto a esta conferencia con los comensales.
Sin embargo, descubrí que, por alguna razón que desconozco (raras veces abro la boca), algunos de los comensales me tienen estigmatizado, quién sabe desde hace cuánto tiempo: me ven como un presumido que se siente superior a ellos, me ven como un torpe amargado que odia todo, me ven como un ingenuo que se engancha fácilmente en peleas estúpidas con desconocidos y me ven como un sujeto que en realidad no tiene opinión propia y que sólo "va con la corriente" y que repite lo que escucha decir a otros.
A veces, en las comidas, nos comportamos como hombres de las cavernas, también.
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*No pude acercarme a Villoro. Las autoridades de la universidad lo detuvieron para aturdirlo ¡con selfies! ¡Ni uno solo llevaba un libro de él! Por fortuna, uno de los organizadores del evento fue muy amable y se llevó mi ejemplar de Espejo Retrovisor y el ejemplar de Arrecife de una estudiante, nos preguntó nuestros nombres y nos devolvió los libros con autógrafo y dedicatoria.
**Parece que la mayoría de la gente cree que compartir una noticia "viral", la convierte automáticamente en un influencer y/o que el propósito de la ciencia es buscar respuestas a observaciones triviales y justificar la pereza y el placer.
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