Según mis redes sociales, hoy se cumplen 30 años de la inauguración de Italia 1990.
Aquel 8 de junio debió de ser viernes y yo estaba acabando el quinto año de la primaria. Aunque todavía no comenzaban las vacaciones de verano, ese día no fui a la escuela. Mi papá tampoco fue a trabajar.
Tal vez como a las nueve de la mañana, después de desayunar, él se sentó en la sala frente al televisor y se puso a mirar un programa en el que Juan Dosal, Eduardo Trelles y Hugo Sánchez hablaban desde las gradas del Estadio Giuseppe Meazza sobre la inminente inauguración del torneo de futbol más importante en el mundo. “Hugol” todavía jugaba en el Real Madrid –de hecho, era el máximo artillero en Europa–, pero era comentarista invitado y tuvo que mirar desde las gradas ese mundial debido al castigo que la FIFA le impuso a la Federación Mexicana de Futbol por el asunto de “los cachirules” y que impidió que la Selección Nacional incluso disputara las eliminatorias mundialistas.
Me senté en el suelo junto a la mesa de centro y me puse a leer o a jugar mientras miraba de reojo la televisión.
La cámara enfocaba a los comentaristas y yo no podía ignorar los gigantescos audífonos que les cubrían las orejas, ni sus corbatas rojas con rayas blancas ni sus sacos cafés de finales de los ochenta en los que destacaba el logotipo de Televisa.
Juan Dosal le pidió a Hugo Sánchez su opinión respecto a la cancha. Hugo dijo que había tenido la oportunidad de jugar en ese campo contra el Milán hacía algunos meses y que lo habían remodelado y que estaba en estupendas condiciones y que era una alfombra.
Casi al mismo tiempo, en la pantalla del televisor aparecieron imágenes de las finales de las Copas del Mundo y Juan Dosal interrumpió a Hugo Sánchez y comenzó a hacer un recuento de esas finales.
En unos cuantos minutos, vi “el gol fantasma” con el que los ingleses derrotaron a los alemanes en Wembley en 1966, vi un gol de remate de cabeza que Pelé le anotó a Enrico Albertosi en El Estadio Azteca en 1970, vi a Paul Breitner y a Gerd Müller anotar dos goles para que los alemanes le ganaran a los holandeses en El Estadio Olímpico de Múnich en 1974, vi a Mario Alberto Kempes anotar un gol en los tiempos extras de la final de 1978 mientras miles de papelitos caían desde las tribunas y le daban un extraño aspecto a la cancha del River Plate, vi a los italianos derrotar a los alemanes en El Estadio Santiago Bernabéu en 1982 y vi a Jorge Valdano y a Diego Armando Maradona levantar La Copa del Mundo en El Estadio Azteca en 1986.
De un momento a otro, nos encontrábamos mirando Milán desde la cámara de un helicóptero que sobrevolaba las inmediaciones del Estadio Giuseppe Meazza. El vehículo se acercó poco a poco al estadio, hasta que se detuvo más o menos en el centro de la cancha.
Justo en ese momento un enorme balón hecho con flores y con globos se abrió en el círculo central y al mismo tiempo los globos y las flores volaron hacia el cielo y decenas de mujeres, vestidas con ropas características de los países participantes en el torneo, aparecieron en una de las esquinas de la cancha y comenzaron a caminar sobre una pasarela de moda.
Junto con todos estos eventos asombrosamente sincronizados en unos cuantos segundos, una mujer con un micrófono y un hombre con una guitarra eléctrica negra comenzaron a hacer playback a un costado de la cancha. La canción hablaba sobre las noches mágicas del verano italiano y sobre la euforia de los jugadores y de los aficionados al celebrar un gol*.
Durante esas vacaciones de verano tuve que ir algunos días a la primaria. Estaba en la escolta y teníamos algún concurso con otras escuelas de la zona o simplemente nos preparábamos para el siguiente ciclo escolar, ya que pasaríamos al sexto año y seríamos la única escolta oficial de la escuela (al menos hasta que la generación del quinto año nos sustituyera y nosotros entráramos a la secundaria).
El ensayo terminaba alrededor de las once de la mañana y mi abuelo iba a recogerme a la escuela en su bicicleta y me llevaba a su casa.
En su casa el televisor siempre estaba encendido y siempre había algún partido del mundial. Recuerdo vagamente un partido entre las selecciones de España y de Bélgica, un gol que algún jugador europeo o sudamericano anotó desde casi medio campo al portero de Corea del Sur y unos penalties entre las selecciones de Irlanda y de Rumania en Génova.
También recuerdo que mi hermano y yo un día nos quedamos solos en el departamento y que vimos por televisión un partido entre las selecciones de Alemania y de Colombia; según los comentaristas, los alemanes habían goleado a sus rivales previos y eran serios candidatos a ser los campeones del mundo, y los colombianos habían calificado al mundial después de varias décadas, pero tenían una generación de jugadores talentosos que podían sorprender al equipo alemán.
Los alemanes anotaron primero, pero casi al final del partido un jugador con una melena impresionante tomó el balón en medio campo y le dio un pase fabuloso al centro delantero y lo dejó solo frente a Bodo Illgner. El colombiano pateó el balón y éste se coló a la portería, pasando entre las piernas del portero alemán. Con ese gol el juego terminó en empate.
Los comentaristas festejaron con tanta euforia el gol que mi hermano y yo gritamos a todo pulmón y nos abrazamos, mientras la cámara se enfocaba en un aficionado colombiano que celebraba la anotación de Freddy Rincón y que parecía colgado de las tribunas con una especie de alas que acompañaban su disfraz de cóndor.
Algún domingo visitamos a mi abuelo y nos sentamos en su sala y vimos por televisión a los brasileños y a los suecos enfrentándose en Turín. Otro domingo, me senté yo solo en la sala con él y los dos vimos el gol del “Toto” Schillaci con el que los italianos eliminaron a los uruguayos en los octavos de final.
Un sábado por la mañana me senté junto a mi papá frente al televisor y vimos a Diego Armando Maradona tomar el balón en el medio campo de la cancha del Estadio Delle Alpi y esquivar a medio equipo brasileño y darle un fabuloso pase a Claudio Paul Caniggia.
La jugada fue fenomenal y la anotación permitió que los argentinos avanzaran a los cuartos de final y que unos días más tarde vencieran en penalties a los yugoslavos en Florencia, a pesar de que Maradona errara su penaltie.
Recuerdo el ambiente de los aficionados en las calles aledañas a los estadios y en las gradas, y las redes hexagonales de las porterías, y recuerdo los nombres de las sedes en las que se disputaban los partidos –Bari, Bolonia, Cagliari, Florencia, Génova, Milán, Nápoles, Palermo, Roma, Turín, Udine y Verona.
También recuerdo la arquitectura de los estadios y el techo metálico del Estadio Giuseppe Meazza y las enormes bocinas que colgaban de cables de acero a 40 metros de altura sobre el centro del campo en el Estadio Delle Alpi, y las torres que parecían condominios en las cuatro esquinas del Estadio Luigi Ferraris y la entrada a los vestidores detrás de una de las porterías del Estadio San Paolo, y recuerdo los adornos de flores detrás de las porterías en el Estadio Artemio Franchi y las redes hexagonales blancas que colgaban de las porterías como telarañas que se sacudían cuando un balón Etrusco cruzaba la línea de gol, y también recuerdo las pistas de tartán alrededor de casi todas las canchas de las sedes mundialistas y el césped perfectamente dividido en franjas verticales con dos tonalidades de verde que parecía una alfombra.
También recuerdo a Roberto Baggio esquivando a medio equipo checoslovaco en El Estadio Olímpico de Roma.
Y lo recuerdo como si hubiera sido ayer.
___________
*Según los expertos, “Un'Estate Italiana” ha sido la mejor canción en la historia de todos los mundiales.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario