Esta semana, una serie de extrañas asociaciones me llevaron a pensar en Suede.
Estas extrañas asociaciones comenzaron el martes.
En uno de los cursos que imparto a larga distancia desde que comenzó la pandemia (y que terminaré de impartir en un par de semanas), les pedí a los alumnos que leyeran un artículo científico y que elaboraran algunas respuestas.
Uno de los principales hallazgos del artículo era que una dosis subumbral de morfina incrementa la preferencia por esta droga en animales hambrientos, y quería que los alumnos reflexionaran acerca de las implicaciones de este hallazgo y que también escribieran algunos párrafos sobre la farmacodinámica de la morfina.
Tal y como lo esperaba, una estudiante escribió que los opiáceos estimulan los receptores mu, los delta y los kappa, y que modifican la permeabilidad a iones específicos en la membrana celular, pero también escribió que inducen “indiferencia al dolor”.
Su conclusión me pareció muy apropiada y estuvo dándome vueltas en la cabeza mientras revisaba otros trabajos.
De repente, me encontraba escuchando “Trash” y pensando acerca del dramático incremento de adictos a los opiáceos a nivel mundial y concluyendo que el mundo es un sitio tan doloroso que necesitamos píldoras para lidiar con el sufrimiento.
Esta idea me llevó a recordar que hace cuatro años, escuché a Suede por primera vez.
Un primo de mi esposa nos regaló sus boletos para el Corona Capital.
En esa edición del festival que tiene varios años celebrándose en la Ciudad de México, Suede era uno de los invitados especiales.
El festival se llevó a cabo el domingo 20 de noviembre.
Unos meses antes del festival –para ser exactos, el 4 de mayo–, tras un largo periodo de desesperanza, de tratamientos médicos sin éxito, de dietas monótonas y de cero tolerancia al alcohol y a la nicotina, con tal de lidiar con el reflujo gastroesofágico, pasé por el quirófano.
Para el 20 de noviembre, todavía tomaba decenas de píldoras y aún tenía que limitarme a comer exclusivamente dos o tres alimentos y a beber exclusivamente agua simple todo el día, para evitar el sofocamiento provocado por los jugos gástricos del ayuno y también para mitigar las náuseas.
Aún estaba recuperándome y me sentía débil y miserable.
Llegamos al Autódromo Hermanos Rodríguez alrededor de las cinco o seis de la tarde y escuchamos a Peter, Bjorn & John y a Eagles of Death Metal –supongo que fue su primer concierto después del atentado terrorista en El Bataclan– y después nos desplazamos al escenario en el que Suede tocaría.
Mientras caminábamos, pasamos junto a otro escenario en el que tocaba una banda de chicas a las cuales John Frusciante les había producido un álbum.
La música estaba tan alta y la audiencia estaba tan frenética y las luces cambiaban con tanta velocidad que me llevaron a recordar una horrible experiencia.
En los días posteriores a la cirugía, accidentalmente un día mezclé una pastilla de Gabapentina que tomaba para lidiar con las mononeuropatías provocadas por la excesiva cantidad de fármacos que había tomado durante meses, con una pastilla de Tramadol que tomaba para lidiar con el dolor provocado por la cirugía –quería tener una cicatriz que me recordara esta enfermedad y rechacé la laparoscopía y los cirujanos me abrieron en canal.
Fue una combinación peligrosa. Al cabo de unos segundos, me sentí mareado y nauseabundo y paranoico, y creí que en cualquier momento dejaría de respirar o que en cualquier momento vomitaría y que sería incapaz de evitar una broncoaspiración. (En resumen: los fármacos “apagaron” mi cuerpo.)
Finalmente, mientras dejábamos atrás las luces y los sonidos y el escenario en el que tocaba Warpaint, y yo me desasía de esta horrible reminiscencia de mi enfermedad, mi esposa y yo nos acercábamos al escenario en el que tocaría Suede.
Encontramos un sitio, a unos cuantos metros del escenario.
Hacía mucho frío. El viento soplaba fuertemente y me subí el cuello de la chamarra y tuve arcadas. Casi en ese instante, la banda británica salió al escenario y me determiné a ignorar mi malestar y a concentrarme en la música y a disfrutar el espectáculo.
Mientras el concierto transcurría y el frontman de la banda y la audiencia conectaban de tal modo que era imposible no verlos como amantes de varios siglos que sólo podían verse una vez cada mil años, nuevamente me sentí débil y nauseabundo y volví a recordar la horrible experiencia con la Gabapentina y con el Tramadol. Por un momento, para relajarme, pensé en que esa sensación no podría ser nada comparada con “la piel de gallina” que experimentan los adictos a la heroína durante la abstinencia.
Trataba de prestarle atención a las letras de “Trash”, cuando también recordé lo insignificante que me sentía en mi trabajo. En esa época estaba en el segundo año de mi posdoc. Aparentemente, en general, los estudiantes de mis colegas –y los colegas de otros departamentos de la universidad y sus estudiantes– me consideraban un estudiante de licenciatura. La situación me entristecía y me molestaba, pero, en cierta forma, la comprendía.
Yo quería dar lo mejor de mí, pero me sentía tan débil y estaba tan preocupado por mi salud que resultaba imposible trabajar incluso al 20% de mi capacidad.
Algunas veces incluso me sentía tan débil que debía volver a casa abruptamente, o realizar experimentos tomando pausas para tomar aire y mitigar las náuseas que experimentaba en oleadas a lo largo del día.
Antes de la cirugía, estaba tan enfermo y tan débil que ni siquiera podía realizar una cirugía estereotáxica de principio a fin, ni leer un texto científico durante cinco minutos consecutivos. Enfrenté con tanto estoicismo mi enfermedad, que nadie se enteró de que estuve tan enfermo.
He estado escuchando a Suede toda esta semana y he estado pensando en lo miserable que me sentía en aquellos días. Supongo que todos estos pensamientos los relaciono con su música y que ésta es la razón por la cual casi no los escucho.
A pesar de todo, aun cuando ahora tengo muchas más responsabilidades que entonces y me siento más productivo y valorado en mi trabajo, algunas veces todavía siento que soy una basura.
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