Tratas de escribir, pero es imposible.
Estás despierto desde las 5 am. Te levantaste de la cama a las 6. Luchaste contra (tus demonios) el frío. Te pusiste varios gramos de ropa encima. Te calzaste unas pantuflas. Aborreciste un poco estar en la época del año en la que ya no puedes tener la oportunidad de zambullirte semidesnudo en el día si te da la gana, cuando no es invierno y puedes andar descalzo y dormir en bóxers; cuando no necesitas ponerte varios gramos de ropa encima y calzarte unas pantuflas para ir al baño.
Te metiste al baño a lavarte los dientes. Te miraste en el espejo. Ensayaste una sonrisa. Eres de esas personas a las que les sale natural verse encabronadas todo el tiempo. Te lavaste las manos. Bostezaste y te sentiste como un león en el reino de tu casa que es una selva. Los gatos que te ven como el rey de la selva te esperaban afuera del baño. Tú y tu manada caminaron al estudio. Te sentaste frente al escritorio.
El frío era debilitante, una venda en los ojos, una quemadura de hielo en la piel, un banco de niebla en el paisaje. Tuviste que quitarte las pantuflas y ponerte unos calcetines y luego otra vez las pantuflas. Sacaste el glucómetro y la lanceta. Te mediste la glucosa. Anotaste el día, la hora y “137 mg/dl” en la libreta en la que llevas tus registros diarios desde julio del 2021. Aborreciste un poco tu existencia. Siempre tener que estar al pendiente de tus pasos.
Hiciste memoria para recordar qué comiste ayer. Últimamente has comido mal (mucha carne roja) y has bebido alcohol en exceso (Seltzers, cervezas, ron, whiskey) y has tenido 110 mg/dl de glucosa en sangre, en ayuno. A veces, cuando comes cosas saludables (frutas, verduras y legumbres) y tomas té (sin azúcar), tienes 140 mg/dl. No entiendes nada. No puedes dejar de pensar que hubieras preferido heredar un fondo fiduciario, o cualquier tontería semejante, en lugar de una enfermedad neurodegenerativa.
Te disponías a escribir qué hiciste desde el miércoles pasado en esa especie de diario que tienes (y que se parece un tanto al diario que Emmanuel Carrère cita en Yoga pero que, en tu defensa, comenzaste a escribir hace más de dos años, mucho antes de conocer a Emmanuel Carrère), pero tu manada empezó a impacientarse y uno de los gatos se subió al escritorio y se talló incesantemente contra la pluma que usabas para escribir. Tuviste que dejar a un lado lo que te disponías a hacer.
Tratas de escribir, pero es imposible.
Bajaste a la cocina. Buscaste los tres platos de tu manada. Sacaste la comida blanda del refrigerador. Les serviste comida blanda. Les cambiaste el agua. Trapeaste el agua que tiraron junto a su plato de agua. El gato mayor tiene la costumbre de arrastrar el plato con agua y dejar un regadero en el suelo, y los demás le siguen el juego. Les recogiste la arena a los gatos. Sacaste la arena de los gatos. Metiste la bolsa de arena en el bote de basura en el traspatio de la casa. Cambiaste la arena. Te lavaste las manos. Te preparaste mentalmente para lavar los trastes.
Quitaste todos los trastes secos del escurridor. Aborreciste un poco el escándalo de los platos de peltre. Abriste y cerraste cajones en la alacena. Colocaste los trastes secos en su lugar. Vertiste Salvo en el recipiente donde va la esponja para lavar trastes. Vertiste agua en el recipiente. Viste la espuma que hacía la combinación de agua y de jabón líquido. Lavaste dos platos, tres tazas, dos vasos, cuatro cucharas, seis tenedores, una sartén, un popote de metal. Y enjuagaste todo lo anterior. Y pusiste en el escurridor todo lo anterior.
Mientras hacías todas estas cosas, medio recordabas tu sueño (que ya se te va olvidando): estabas en una recámara que se parecía a la recámara que tenías en casa de tus papás, una de las paredes estaba muy dañada, tenía una fisura y por la fisura salía una especie de forro calefactor y también por la fisura se veía un fondo de cartón; tocabas el fondo de cartón y te sentías tentado a hacerle un hoyo y a averiguar si podías ver la casa contigua a través de ese hoyo; estabas sentado frente a un escritorio y encendías una computadora y ponías un concierto de los Red Hot Chili Peppers, y conectabas la computadora a un proyector; la pantalla del proyector estaba en una pared dañada y la imagen no era muy nítida; el video del concierto tampoco era muy nítido; uno de tus hermanos aparecía en la recámara y se sentaba en el suelo a ver el concierto; la imagen en la pantalla era tan poco nítida que lastimaba los ojos. Quién sabe por qué soñaste todo esto. Si quisieras podrías analizar de dónde salieron todos estos símbolos y encontrarles un significado, pero no eres místico ni pseudocientífico.
Tienes alergia estacional. Otra cosa que el invierno trae a tu vida. No dejas de sorber los mocos. Aún tienes sueño. Pero cuando te levantas de la cama, ya no hay vuelta atrás. Siempre ha sido así. Desde que recuerdas.
Tienes los ojos llorosos. ¿Estás enfermándote...?
Cuando te levantaste de la cama, te sentías impetuoso y tenías muchas ideas y querías escribir. Son las 8: 15 y la rutina de todos los días ha ido matando esas ideas y ese ímpetu. Están barriendo y trapeando y sacudiendo y caminando de un lado a otro, y los pasos resuenan en los túneles de tu cerebro, son obuses que te aniquilan y que te hacen preguntarte por qué nunca tienes ganas de barrer y de trapear y de sacudir, por qué eres tan flojo para realizar labores domésticas, por qué siempre estás quejándote por lavar los trastes y por el ruido que hacen la lavadora y los trastes de peltre, y escuchas a tu manada correr de un lado a otro en la selva que es tu casa, y luego escuchas que los están regañando porque se les ocurre pasar precisamente por dónde están barriendo, trapeando y sacudiendo, porque no se están quietos, porque tienen ganas de cazar y deben sustituir sus instintos tallándose por aquí y por allá; y todos los sonidos son un dolor de cabeza, como cuando estás rendido y estás dispuesto a tumbarte en la cama y vas quedándote dormido y precisamente a un mosquito se le ocurre merodear tu cama y taladrar tus oídos con su zumbido, y te pone en alerta y temes que se te meta en los canales auditivos y que joda tu sistema vestibular y que tengas que ir urgentemente al otorrinolaringólogo... y ya no puedes dormir aunque estés exhausto.
Tratas de escribir, pero es imposible. La vida se va mientras lavas los trastes y recuerdas lo que soñaste.
Te abandonó el impulso de escribir, entraste en la vida de un adulto que no tiene servidumbre y que es un ciudadano similar a esos músicos independientes de los noventa que hacían todo por ellos mismos, que empezaron a tocar la guitarra en la casa de alguno de sus amigos porque todo el día llovía y estaba nublado en su pueblo y porque no querían trabajar talando árboles y porque no querían emborracharse y desear suicidarse como todos sus familiares.
Se te olvidó la oración mágica que estaba en tu cabeza y que bastaría escribir en un blog para que, a partir de ella, fluyeran varios párrafos durante varias horas y te desconectaras del frío y de la realidad y de las labores domésticas.
Para aprovechar el tiempo, te metiste a la página del departamento de anatomía de la facultad de medicina de la UNAM. Consultaste una convocatoria de la que te hablaron. Es para una plaza (determinada) de profesor de carrera C de tiempo completo. La convocatoria dice que no es un concurso de oposición. Piensas que es pan con lo mismo, que existir en este momento y leer en este momento esta convocatoria es estar en un quirófano helado, contándole al anestesiólogo qué haces mientras la anestesia surte efecto y esperas llegar a un paraíso inconsciente.
Te preguntas si podrás poner en orden tus ideas más adelante, si dejarás de sorber los mocos, si los ojos dejarán de llorarte, si los gatos te darán tregua, si un desconocido te llamará para ofrecerte el empleo de tus sueños, si comprarás un billete de lotería y ganarás la lotería y mandarás al carajo a toda la gente superficial que sólo hace cosas para obtener dinero, si te quedarás dormido otra vez, si despertarás otra vez, si tu manada seguirá acompañándote todas las mañanas a medirte la glucosa, si en algún punto dejarás de tararear mentalmente “Scar Tissue” y si dejarás de recordar cuando no tenías ni veinte años y John Frusciante salía en MTV conduciendo un viejo automóvil y tocando una guitarra rota.
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