Allí mismo, en un lapso no mayor a cinco años, había escuchado a los Red Hot Chili Peppers, a Rammstein, a Pearl Jam, a The Cure, a R. E. M., a Paul McCartney, a The Strokes, a La Maldita Vecindad y a Café Tacuba... con Susana –a ella le gustaba todo tipo de música y yo no oponía resistencia cuando me sugería que fuéramos a algún concierto–, así que me sentía fuera de lugar.
Toda mi adolescencia había ido solo a todos los conciertos que había podido ir, pero, en ese breve lapso de mi vida universitaria, me había acostumbrado a estar con ella.
Ese jueves 2 de junio del 2005, teníamos más de un año sin vernos.
Al terminar la licenciatura, con el pretexto de hacer un viaje para celebrar su graduación, ella se había largado de la ciudad por tiempo indefinido con unos amigos suyos.
En el viaje se había enamorado y se había casado.
No había vuelto a la ciudad desde entonces y trabajaba en alguna actividad turística que no tenía ninguna relación con su grado académico.
Yo me había quedado en la ciudad, impartiendo clases en una universidad de Santa Fe y aborreciendo mi vida y teniendo crisis existenciales que me llevaban a considerar la posibilidad de abandonar la academia y la investigación y dedicarme a escribir y a sobrevivir con algún empleo miserable que me permitiera escribir.
No la extrañaba ni me sentía particularmente mal porque ella se hubiera casado.
No quería verla, pero recientemente habíamos estado hablando por teléfono y las cosas entre los dos parecían estar en paz. En una de las últimas conversaciones, se me había ocurrido decirle que iría a visitarla pronto y, de un momento a otro, ella ya me había comprometido hasta a pagar parte de la renta de la casa en la que ella y su esposo vivían.
El día del concierto, faltaban unas semanas para ese viaje.
No comprendía qué sentido tenía ir a visitarla.
Antes de que Susana se fuera de la ciudad, ya nos aborrecíamos.
Discutíamos por todo y nos insultábamos por todo. Teníamos una relación enfermiza y violenta. Habíamos permanecido juntos mucho tiempo, sólo por costumbre.
Ella tenía miedo a la soledad y yo tenía miedo de no volver a encontrar a alguien que se interesara en mí.
Recordaba claramente la noche en la que la relación había comenzado a deteriorarse.
El motivo había sido una estupidez.
Esa noche regresábamos de una fiesta –yo estaba ebrio– y, de un momento a otro, la actitud de Susana cambió.
Se puso furiosa y me miró con indignación.
El mensaje, aunque confuso, era contundente: ella no podía creer que yo hubiera hecho... o que no hubiera hecho... algo que ella esperaba que yo hiciera... o que no hiciera.
Aunque le insistí varias veces que me dijera qué le pasaba para que yo prestara más atención en el futuro y no volviera a cometer el mismo error, ella no quiso decirme qué le pasaba. Sólo me dijo que era algo obvio y que si no me había dado cuenta, yo era el que tenía un problema, y continuó tratándome como si yo hubiera cometido el peor crimen posible.
Me sentí estúpido.
Yo no había adoptado esa actitud intolerante cuando ella me había cambiado el nombre "accidentalmente" (por el nombre de su ex), ni cuando su ex había amenazado con secuestrarme, ni cuando su ex se había aparecido en su casa durante una cena de Navidad (según ella, cuando eran novios, él nunca la visitó en Navidad) y ella me lo había ocultado, aun cuando me había hecho prometerle que nos contaríamos todo y que no habría secretos entre los dos.
Me puse a pensar cómo habría reaccionado ella, si yo le hubiera hecho las mismas cosas. Llegué a la conclusión de que, desde el momento en el que ella me había llamado "Ernesto", yo debí haber sido menos razonable y exagerar el daño.
Tenía nula experiencia con las mujeres y carecía de autoestima.
Era un ingenuo.
Después de insistirle alrededor de media hora que me dijera qué demonios había pasado y de no obtener respuesta de su parte, me impacienté y perdí el control.
No podía creer que Susana estuviera tan molesta conmigo y que su actitud hubiera cambiado de un momento a otro –nos habíamos divertido mucho en la fiesta–, y tampoco podía comprender por qué era tan difícil para ella decirme lo que había ocurrido, ni tampoco comprendía por qué ella esperaba que yo adivinara de qué se trataba ni por qué debía ser un asunto obvio para mí.
(¿Cómo se suponía que debía aprender de mis errores, si ella no me decía qué la había disgustado?, ¿cómo se suponía que yo mismo evaluaría la gravedad del asunto, si ella no me decía qué la había molestado tanto...?)
Puse mis manos alrededor de su cuello y entonces ella se asustó y comenzó a llorar y yo retiré las manos y me sentí la peor persona del mundo.
Amaba a Susana, pero su actitud me había hecho perder la razón. Le supliqué perdón y entonces me dijo que se había disgustado conmigo porque yo no le había dado la mano para ayudarla a bajar del auto.
(¡Ése había sido el problema!)
Los dos pasamos una noche lamentable y al día siguiente ella se marchó sin decirme nada.
Estuvimos algunas semanas sin hablarnos ni vernos.
El tiempo pasó lentamente. Cada minuto que transcurría, me sentía más culpable y más arrepentido. La culpabilidad era sofocante.
Cuando nos volvimos a ver, le supliqué que me perdonara... me humillé... le prometí que jamás volvería a pasar... Ella sólo guardó silencio y me miró con odio y con lástima.
En unos meses –no habíamos cumplido ni un año juntos, cuando pasó esto–, ella me había hecho vivir los mejores momentos de mi vida, pero también me había hecho conocer una parte de mí que me asustaba, así que acepté mi responsabilidad y le dije que no quería hacerle más daño y que jamás volvería a saber de mí.
(No pude ser más patético.)
Susana se puso a llorar y me dijo que no quería que pasara eso.
Eventualmente, me perdonó.
Lo peor de todo fue que continuamos saliendo.
Las cosas cambiaron.
Para fastidiarme (supongo), me decía que yo no era ni guapo ni simpático ni adinerado y que ella no entendía por qué seguía conmigo... o recurría a Ernesto cada vez que teníamos problemas.
Ellos eran amigos desde la preparatoria y él había sido su novio antes que yo.
Susana comenzó a llamarlo por teléfono cuando discutíamos.
A veces, estábamos en la escuela y nos peleábamos y ella lo llamaba y él llegaba a recogerla casi de inmediato –parecía que no tenía otra cosa que hacer–, fingiendo ser todo un caballero y lidiar con la situación con absoluta madurez. (Si no recuerdo mal, incluso él fue a recogerla a algunos de los conciertos a los que ella y yo fuimos juntos.)
Ernesto era mayor que los dos y era inmaduro, impulsivo, llorón, hostil, celoso e hipócrita.
Siempre me cayó mal. Era la clase de persona que hacía chistes machistas y que veía a las mujeres como un objeto sexual.
Ellos dos también habían tenido una relación tormentosa.
Obviamente, Ernesto no soportaba que Susana estuviera conmigo y me aborrecía.
Aunque yo no tuve nada que ver con el hecho de que ella terminara odiándolo y lo dejara, él me veía como el causante de su infelicidad. No era muy listo.
Ernesto y yo estuvimos a punto de pelearnos una vez.
Susana y yo habíamos discutido.
Estábamos saliendo de un seminario de tesis en la universidad y ella lo había llamado por teléfono para que fuera a recogerla. Él llegó con su actitud triunfante de siempre y me miró burlonamente en un momento en el que Susana se distrajo.
Su actitud me colmó la paciencia y entonces le dije que ya estaba harto de él, de su hipocresía y de su inmadurez... y también le dije a Susana que ya estaba harto de que siempre lo llamara cuando teníamos problemas y de que él siempre apareciera.
(Me hubiera gustado preguntarle a Ernesto si acaso no tenía vida propia.)
Él adoptó una actitud "furiosa", se quitó los lentes de aumento y luego me dijo lo más sincero que jamás me había dicho, que "no había otra persona en el mundo a la que le daría más gusto partirle la madre que a mí".
Me carcajeé y le dije que yo no opinaba lo mismo de él, que yo creía que mis enemigos debían reunir "ciertos requisitos".
Susana se puso nerviosa y Ernesto se aproximó a mí, desafiándome.
Se quitó la chamarra y movió los brazos como si quisiera darme un puñetazo, pero también como si estuviera esperando a que Susana lo detuviera antes de que se pusiera "realmente" violento.
Mientras tanto, yo sentía que me hervía la sangre y sin embargo recordaba vagamente que Susana me había contado que Ernesto era un hablador y que no sabía pelear y que, una vez que iban a alguna fiesta, él se había bajado del auto a intimidar a un chavito de prepa que lo tenía harto por alguna razón y que el chavito de prepa se lo había madreado y que Ernesto había terminado en el suelo cubriéndose la cara y suplicándole que ya no lo golpeara más y que al final hasta le había dado la mano "en son de paz" y le había pedido que fueran amigos.
También pensé en las ocasiones en las que ella me había dicho que Ernesto la había amenazado con secuestrarme para hacerme sufrir lo mismo que él estaba sufriendo –ya mencioné que no era nada brillante y que me veía como el sujeto que "le había quitado a Susana"– y también pensé en mis primos, que eran delincuentes de verdad y que eran respetados por otros delincuentes de la colonia en la que vivían –una vez un tipo quiso talonearme y me bastó darle señas de mis primos, y decirle que eran mis primos, para que me dejara en paz y para que me pidiera que les enviara saludos a mis primos– y que habían estado algún tiempo en prisión como guardaespaldas de algún delincuente de mayor jerarquía.
(A veces, me divertía la idea de buscar a mis primos, de contarles de Ernesto y asustarlo de verdad.)
Me aproximé a él, harto de su histrionismo y dispuesto a partirme la madre con él...
Di un paso al frente y él se echó para atrás...
"Obviamente" era tan maduro que se arrepintió en "nombre del amor" que sentía por Susana.
Mientras buscaba mi lugar en El Palacio de Los Deportes –nunca había tenido suficiente dinero para comprar boletos en la Sección General y mi boleto era de la Sección D y quedaba de frente al escenario, a unos cuarenta metros de distancia–, continuaba pensando en Susana y en Ernesto y me odiaba por no haber sido capaz de alejarme de ella cuando la lastimé.
Encontré mi lugar y me compré una cerveza y comencé a bebérmela.
Recordé algunas ocasiones en las que ella me había invitado a su casa y en las que yo había ido a su casa, aunque su casa me quedaba a casi dos horas de distancia y aunque hubiera preferido estar solo en ese momento y ponerme a leer o a escribir –el tiempo que estuvimos juntos, rara vez pude estar solo y leer o escribir–, y también recordé que, generalmente, cuando yo la invitaba a algún lugar, ella se negaba a acompañarme porque tenía algún compromiso de suma importancia (¿fiesta?, ¿salida de fin de semana a la playa?) con sus amigos.
También recordé una ocasión en la que tuve que perderme un evento único e ir a la universidad en vacaciones a correr los experimentos de su tesis.
No me molestaba ir en vacaciones a trabajar –había estado haciendo lo mismo en los últimos semestres de la carrera–, lo que me molestaba era que ella quería que yo fuera solo a la universidad porque una noche antes se había ido a celebrar su cumpleaños a un antro y estaba desvelada.
Le había sugerido que no corriéramos experimentos ese día –los animales estaban respondiendo bien al programa de reforzamiento y tanto ellos como nosotros teníamos varios meses trabajando sin descanso–, pero ella se rehusó y me dijo que no podía creer que yo fuera tan irresponsable y remató diciendo que yo "no tenía un compromiso verdadero con la ciencia".
(Estoy convencido de que ella desde entonces ha celebrado unos cinco cumpleaños más.
Yo jamás he podido volver a ver un partido de cuartos de final en el que se enfrenten las selecciones de Brasil y de Inglaterra... y mucho menos que lo hagan en Shizuoka.)
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Trent Reznor nunca había venido a la Ciudad México.
Tenía muchas ganas de escuchar a su banda en vivo y tenía altas expectativas.
Al menos en Estados Unidos y en Europa, los conciertos de NIN solían ser impresionantes. A Reznor le gustaba hacer alarde de la tecnología y yo esperaba que esa noche no fuera la excepción.
With Teeth –el álbum que promocionaban durante esa gira–, me había gustado, aunque el sonido no era tan violento y tan crudo como The Downward Spiral.
Lo había estado escuchando alrededor de un mes y lo conocía de principio a fin.
Del mismo modo en que me había ocurrido con Pretty Hate Machine, me daba la impresión de que la música trataba de mis emociones: me parecía que hablaban en detalle de las cosas que estaba viviendo.
Estos pensamientos me llevaron a recordar de nuevo en Susana.
Escuchaba diariamente The Downward Spiral, cuando comenzamos a salir.
Habíamos ido juntos al Chopo a comprar Closure con mi simbólica beca de Servicio Social y luego lo habíamos visto juntos en casa de unos amigos suyos.
Cuando me sentía más unido a ella, escuchaba The Fragile.
Había escuchado Broken cada vez que ella y yo nos peleábamos, esperando tener el valor suficiente para decirle que ya no debíamos seguir juntos.
Había escuchado With Teeth, creyendo que todas las canciones hablaban de cómo me había sentido en los últimos meses.
Encendí un cigarrillo y me lo fumé.
Luego, salieron al escenario una mujer que tocaba el piano y un hombre que tocaba la batería.
Los Dresden Dolls tocaron alrededor de veinte minutos.
Su música me gustó al principio –el baterista tocaba con mucha energía y las melodías eran interesantes–, pero al final me aburrió un poco.
Me acabé el cigarrillo, y acepté finalmente que, a pesar de todo, me hubiera gustado estar con Susana en ese concierto. Estaba terriblemente solo y la posibilidad de conocer a alguien era remota.
De WAKA77 - 撮影者自身による投稿 ( It took a picture for myself ), Dominio público, https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=10357932 |
Pienso que lo más probable es que diría que nada fue como yo lo recuerdo y que yo fui el único responsable de que todo acabara mal.
Pienso que tal vez me daría la razón en una o dos cosas.
La verdad, no me importa nada.
Puedo hacer lo que quiera con mis recuerdos.
Puedo escribir lo que quiera y usar mis recuerdos para escribir.
No estoy diciendo que todo esto sea necesariamente cierto.
No estoy acusándola de nada. En todo caso, estoy aceptando mi responsabilidad.
Algunas personas se van de viaje para superar el pasado.
Otras, como yo, odiamos viajar y escribimos sobre el pasado... para superar el pasado.
(¿Es tan difícil comprenderlo?)
Cuando NIN subió al escenario, El Palacio de Los Deportes no se había llenado...
Los organizadores incluso tuvieron que pasar a la gente de la Sección E a la Sección D –los boletos costaban casi $300 menos!– y cubrieron la Sección desocupada con unas largas cortinas.
El concierto empezó con una versión de Pinion y bastaron las primeras notas de esa canción para olvidarme de Susana. A esa canción le siguió Wish, como en el álbum Broken.
No hubo un gran despliegue de tecnología, pero fue un gran concierto.
Trent Reznor, casi al final de Starfuckers hizo una pausa y aprovechó para decir que lamentaba que hubieran pasado tantos años para que su banda viniera a México y que estaban pasándosela muy bien y que éramos un público asombroso.
(Probablemente es el discurso que siempre dice en situaciones similares.)
Las interpretaciones que más recuerdo fueron Wish, Closer, Burn, Dead Souls, The Hand That Feeds y, por supuesto, Hurt.
Últimamente he estado escuchando Pretty Hate Machine y Still, y he llegado a la conclusión de que algunas canciones de esos álbumes –Sin, Sanctified y And All That Could Have Been, por ejemplo– también tratan de mis emociones y que Trent Reznor las compuso para lidiar con el rechazo de una mujer.
La música y las letras de esas canciones destilan rabia, frustración, vehemencia, melancolía... y he encontrado consuelo al escucharlas.
Igual que me ocurrió con With Teeth, ahora me pasa con estos dos álbumes.
Hace medio año conocí a una chica salvaje y de nuevo me encuentro mal.
Aparentemente, nunca escucharé a Nine Inch Nails sintiéndome emocionalmente estable.
Why Do You Get All The Love In The World?
You Get Me Closer To GOD
With Teeth Tour – México 2005
*Foto del póster oficial del concierto de NIN: MTLNS Oscar Borrego; Pinterest.
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