Desde hacía unos cuantos meses tenía mi título de Licenciado y estaba por empezar mi primer curso como profesor de asignatura. Uno de los revisores de mi tesis me había conseguido una entrevista en la Ibero y me habían ofrecido unas cuantas horas a la semana, en el Departamento de Psicología de la Universidad.
Ya había dado algunas clases en la UNAM, pero sólo como adjunto.
El curso comenzaría en enero y tenía unas semanas preparándolo.
A finales de noviembre, una ex-compañera de la preparatoria me llamó por teléfono y me dijo que estaba planeando una reunión con varios ex-compañeros.
No me gustan mucho este tipo de reuniones -¿qué sentido tiene reunirte con personas que no has visto en mucho tiempo y que no volverás a ver en mucho tiempo?-, pero sentí curiosidad. Además, la burocracia de la Ibero me estaba hartando -junto con mi programa del curso, tenía que escribir un cronograma de actividades, proponer un método "didáctico y amistoso" para interesar a los alumnos en el curso y conseguir un montón de documentos- y necesitaba distraerme.
Nos reunimos una noche en La Casa de Los Azulejos.
Cuando llegué, no había ni siquiera 10 ex-compañeros en la mesa.
Estaba una chica que estudiaba un posgrado en Odontología. Seguía siendo egocéntrica y pretenciosa (en la preparatoria, me contó decenas de veces que un amigo suyo había matado a un Schnauzer cuando se enteró que Kurt Cobain había muerto, como si fuera una anécdota digna de mencionar), y estaba desesperada por parecer inteligente.
Toda la noche se la pasó diciendo que ya era adjunta en la facultad y contando interesantes anécdotas de sus alumnos y señalando que yo tenía síndrome de Peter Pan, sólo porque le había comentado que no estaba muy satisfecho con la calidad académica de mi tesis de licenciatura y porque estaba considerando la posibilidad de dedicarme a escribir por completo.
También estaba una chica de enormes ojos, como los de las pinturas de Margaret Keane, y que acaba de entrar a la ENAP. Quería ser diseñadora de moda, y estaba tan arreglada que parecía una muñeca de aparador (era casi una enana, y sus manos regordetas estaban llenas de anillos y los anillos acentuaban el tamaño de sus dedos y les daban un aspecto grotesco), y traía el cabello corto y usaba kilos de maquillaje, como en la preparatoria, para disimular una enorme mancha de nacimiento que tenía en una mejilla.
La seguía enloqueciendo Bon Jovi.
En la mesa también había una chica voluptuosa que ya era madre soltera. Había estudiado en la FES Acatlán sólo dos semestres de la carrera de Comunicación y estaba desempleada.
En la preparatoria era engreída y se comportaba como si fuera la chica más buena de todas (en realidad sólo tenía un busto prominente, usaba blusas escotadas y varios chicos se sentían atraídos sexualmente hacia ella), aunque en el salón de clases a casi nadie nos caía bien -algunos se burlaban de ella y la llamaban Pietroshka por su color de piel y porque tenía un bigote descomunal- y la evitábamos porque siempre estaba de malhumor.
También había una chica muy reservada que iba a terminar la carrera de Química. Hablaba con tanta inseguridad que resultaba difícil escucharla. Tenía varios años dedicándose a la investigación como pasante y no estaba segura de seguir estudiando un posgrado. Quería dedicarse a la industria farmacéutica, principalmente porque estaba decepcionada de la academia.
También estaba una chica ansiosa y de piel extremadamente blanca que iba a terminar la carrera de Medicina. Siempre tuvo una manera muy formal para dirigirse a todos -parecía señora- y prácticamente vivía en la biblioteca de la preparatoria.
Aun cuando no era el tipo de chica interesada en relacionarse emocionalmente con nadie, a los pocos días de clases se besó en público con un chico al que le gustaba, sólo porque él le declaró su amor frente a todos y le llevó un ramo de rosas.
No sé por qué siempre estaba a la defensiva conmigo, como si supusiera que yo quería aprovecharme de ella o invitarla a salir.
Ella se la pasó diciendo que no podía estar mucho tiempo con nosotros -ignorándome deliberadamente- porque tenía que prepararse para hacer guardia en un hospital.
La anfitriona estaba en una de las cabeceras de la mesa. Tenía un problema de seseo -no recordaba lo despesperante que podía resultar- y era íntima amiga de la chica voluptuosa y de la chica que estudiaba Química.
Creo que ellas tres no habían dejado de verse desde la preparatoria.
Ella no había concluido la carrera de Derecho, pero ya tenía un par de años trabajando para algún diputado y parecía que todos sus sueños se habían hecho realidad.
Me cayó mal porque toda la noche se la pasó hablando de lo importante que se sentía en su puesto de trabajo, aunque sólo se dedicaba a realizar trámites burocráticos y llamadas telefónicas.
También me cayó mal porque se la pasó cuestionándome qué había hecho yo para que me valoraran, sólo porque le dije que dedicarse a la investigación requería hacer sacrificios que no cualquier persona estaría dispuesta a realizar, como correr experimentos en fines de semana y en días feriados, o renunciar a tu vida social, sin recibir un sueldo a cambio.
Además de las chicas, había otros dos chicos en la mesa.
Uno de ellos era el rompecorazones del salón. Ya trabajaba como ingeniero civil en alguna constructora. En la preparatoria jugábamos y hablábamos de futbol todo el tiempo. A veces yo lo acompañaba a comprar artículos deportivos a la tienda oficial de los Pumas -coleccionaba los uniformes de Jorge Campos- y a alguna de las kermeses de la secundaria en la que había estudiado. No habló mucho en la reunión.
Estaba sentado junto a la chica que iba a terminar la carrera de Química, y los dos no dejaban de secretearse y de sonreírse. A lo mejor hasta estaban tomándose de las manos debajo de la mesa. Una vez me pidió que lo acompañara a la Biblioteca Jesús Reyes Heroles a buscar información para un trabajo de la escuela, pero en realidad había citado allí a la chica de Química y sólo quería que yo fuera su coartada. Su novia no confiaba en él y aparentemente creía que yo haría todo lo posible para evitar que la engañara.
Esa tarde, otro compañero de la escuela -que se había rehusado a asistir a La Casa de Los Azulejos esa noche- me había invitado a su casa a ver un partido de futbol entre el América y el Puebla, pero no pude escapar de ellos y me la pasé viéndolos besarse frente a mí.
Apenas me tomé una taza de café con leche y salí del restaurante.
Mientras caminaba hacia la estación Allende, pensaba si realmente tenía síndrome de Peter Pan -como había dicho la odontóloga-, y si no había hecho gran cosa con mi vida para que me valoraran, como había dicho la pasante de Derecho.
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