"¿Por qué ya no me besas, como antes?", me pregunta con su voz de borracha. Tiene hipo. Con el rabillo del ojo, veo que ni siquiera es capaz de hacer algo tan sencillo como llevarse una mano a la boca.
Encojo los hombros y volteo a mirarla por un breve instante. Aprisiono el volante con las dos manos y aprieto la mandíbula. La fuerza me hace sentir un ligero dolor en las muelas.
Es de madrugada y no hay vehículos a la vista, pero temo que justo en ese breve instante aparezca un loco a toda prisa y se estrelle contra nosotros. Hace un par de noches, ocurrió un accidente cerca del lugar donde estamos. El automóvil iba a toda velocidad y se estrelló contra un muro de contención. Quedó deshecho. Ningún tripulante sobrevivió.
Ella me sonríe desde el asiento del copiloto -hace una mueca idiota- y sus ojos alcoholizados parecen cansados y vehementes a la vez. Tiene un cigarrillo en los labios y lo enciende.
"Ten cuidado con la ceniza", le advierto.
Mientras el semáforo pasa del rojo al verde, recuerdo como logré hacerme del Sedán. Es de color azul marino, modelo '83, idéntico al primer automóvil que le recuerdo a mi papá. Mi mamá me ha dicho cientos de veces que antes de ese Sedán, mi papá tuvo un Caribe y que me gustaba subir a dar la vuelta en él cuando era un bebé -supuestamente era la única cosa que podían hacer para que yo dejara de llorar-, pero no lo recuerdo en absoluto.
Este Sedán se lo compré a un apostador con todos mis ahorros -quería viajar a Seattle y hacer un tour por todos los sitios emblemáticos donde tocó Nirvana, como el Paramount Theatre, el Crocodile Cafe y el Pier 48- y fue una baratija.
El hombre estaba desesperado y necesitaba urgentemente dinero para pagar sus deudas.
Según él, había apostado todo su patrimonio a que la selección sub-17 perdería la final del mundial en Lima. Estaba seguro que Brasil aplastaría a México en el Estadio Nacional. Le gustaba mucho el futbol y había estado en El Estadio Universitario, en los cuartos de final de México '86, cuando la selección perdió en penales contra Alemania. También en New Jersey, cuando la selección perdió en penales contra Bulgaria, en los octavos de final de Estados Unidos '94. Y en Jeonju, en la decadente derrota contra Estados Unidos, en los octavos de final de Corea-Japón 2002.
Cuando le di el dinero, me dijo que desde entonces le había perdido fe a las selecciones nacionales, porque siempre perdían los partidos decisivos. Era de lo más natural que pensara que la selección perdería esa final.
No he cumplido más de dos semanas con el automóvil.
Continúo conduciendo y ella le da una larga chupada al cigarrillo y me echa el humo en la cara. El olor me provoca náuseas. Las náuseas me recuerdan la primera vez que vi a Nancy.
Salíamos de una cantina en El Centro Histórico. Ella iba con las amigas de uno de mis hermanos, y me atrajo en cuanto la vi. Lo que más llamó mi atención fue su rostro. Tenía un increíble parecido con el rostro de PJ Harvey.
Nos Llamamos tocó esa noche y ella bebió más de la cuenta y vomitó enfrente de mí. Todos se quejaron, pero yo me ofrecí a llevarla en taxi hasta su casa -vivía en Los Reyes, La Paz- y ella aceptó.
El recorrido a su casa fue largo. Sentí lástima por ella, pero ella sólo apoyó la cabeza en mi hombro y se quedó dormida. Yo sospechaba que esa noche sólo se le habían pasado las copas y que no sabía beber. Estaba muy equivocado.
Cuando llegamos a su casa, me dio las gracias y me besó en la mejilla. Sus labios estaban fríos y olían a jugos gástricos. Fue un poco espeluznante, pero me gustó.
Antes de que yo le dijera algo, abrió la puerta de su casa y se metió trastabillando.
De vuelta a mi casa, me tocó un taxista que escuchaba Rid Of Me y no pude dejar de pensar que todo ese asunto era una especie de señal. Jamás imaginé que en menos de un mes, Nancy y yo comenzaríamos a salir.
El vodka es su bebida favorita y vomita a menudo. La he visto cientos de veces vomitar y le he sujetado cientos de veces el cabello mientras vomita, para evitar que se ensucie.
Vomitar para ella es parte de la experiencia de embriagarse y yo me estoy convirtiendo en un emetofóbico. Juro que no era así antes de conocerla.
"No me siento muy bien", dice. Su rostro se puso lívido de un momento a otro.
Abruptamente arroja el cigarrillo por la ventanilla y entonces sé qué va a ocurrir.
Antes de que logre orillarme para estacionar el Sedán, el tapete del asiento del copiloto ya está lleno de jugos gástricos.
"No es agradable besar a alguien que acaba de vomitar", le respondo.
Tengo unas intensas arcadas y vuelvo a encender el motor del Sedán.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario