Tenía casi 40 minutos de retraso, cuando finalmente encontré el edificio.
Siempre había llegado allí en compañía de alguien y creí que sería sencillo dar con la dirección, pero la calle de Ámsterdam parece un laberinto.
Desde el interfono, llamé a Denisse.
Me respondió de manera cortante, reclamándome la demora -igual que yo, ella odiaba la impuntualidad- y yo sólo le dije que lo lamentaba mucho, que me había perdido. Pero no me creyó.
Aunque apenas nos conocíamos, Denisse supuso que yo había fumado marihuana y que por esa razón me había costado trabajo dar con la dirección.
Sus amistades eran del tipo de personas que consumían drogas todo el tiempo y estaba acostumbrada a pensar así.
Me sentí ofendido, pero después de todo ella tenía razón para estar enojada.
La impuntualidad es imperdonable.
Antes de colgar y de abrir la puerta del edificio desde su departamento, Denisse agregó, en tono sarcástico:
"Es en el segundo piso... en el número 23... ¿sí lo recuerdas?"
En realidad su departamento era el número 203, pero ella estaba obsesionada con Michael Jordan -coleccionaba sus zapatillas deportivas y las playeras de los Chicago Bulls con el número 23, y decía que incluso había ido una vez a verlo jugar un partido de la NBA- y además no dejaba de decir que el cero no contaba.
Entré en el edificio.
Se veía más limpio que la última vez que había estado allí.
Olía a pintura fresca y a pino. También hacía frío.
La combinación de todos esos estímulos me dio mala espina.
Me hizo recordar todos esos largos inviernos en los que mi papá nos ponía a pintar la casa a mi hermano y a mí. Pasábamos unas horribles vacaciones y a mi papá casi nunca lo dejaba satisfecho el trabajo que hacíamos. Si terminábamos de pintar una habitación en tiempo récord para tomarnos un día libre, nos preguntaba por qué no habíamos comenzado con otra.
Me despabilé y caminé hacia las escaleras.
Denisse me había llamado por teléfono unas horas antes. Según ella, tenía algo importantísimo qué contarme. Me daba lo mismo. Yo sólo quería verla.
Había sido mi alumna en un curso de la universidad muchos años atrás y siempre me había gustado.
Al subir las escaleras, mi estómago gruñó.
No había comido nada desde la noche anterior.
Denisse cocinaba platillos deliciosos y me reconfortó la posibilidad de que hubiera preparado algo para mí.
Toqué la puerta de su departamento.
Casi de inmediato abrió y me plantó un escandaloso beso en la mejilla.
Acababa de bañarse -tenía el cabello húmedo- y lucía muy fresca.
Me hizo pasar.
En el departamento olía a café recién hecho. Denisse me ofreció una taza de café.
Aunque no me gusta, acepté.
"Supongo que también tienes hambre, ¿verdad?", adivinó, y me invitó a sentarme en el comedor, con un gesto.
Luego, mientras me servía café en una taza, me dijo que acababa de comer y que además no tenía mucho tiempo para hablar conmigo. Tenía que acompañar a su papá a algún sitio.
En la mesa había tres platos con residuos de comida. Los residuos parecían de lasaña, de ensalada de col y de pastel de chocolate. Salivé y me sentí como uno de los perros de Pavlov.
De la nada, Denisse comenzó a explicarme por qué pensaba que nuestra relación era extraña y entonces yo creí que ella finalmente confesaría que también estaba interesada en mí -lo había intuido en varias ocasiones-, pero sólo se limitó a hablar de la época en que yo era su profesor.
Decepcionado, le di un sorbo al café.
Me quemó la lengua y tuve que hacer un esfuerzo para no escupirlo.
"¿No te importa si lavo los platos mientras platicamos?", preguntó.
Le dije que estaba bien.
Denisse recogió los tres platos de la mesa, me dio la espalda -el departamento era pequeño y la cocina estaba a menos de un metro del comedor- y se puso a lavarlos.
Mientras yo sentía que el café había irritado mi estómago, Denisse tomó una Scotch Brite que tenía junto al escurridor de los trastes y la metió en un recipiente que tenía en el fregadero. Luego tomó una botella de Salvo, vertió un poco del líquido en el recipiente y puso el recipiente bajo el grifo del agua.
Abrió la llave del grifo, y volteó a mirarme y me sonrió.
Su dentadura era asombrosa.
Después de algunos segundos, ella cerró la llave del agua y empezó a tallar los platos en círculos, uno por uno, metódicamente. Me hizo pensar en Daniel Larusso cuando el Señor Miyagi lo puso a encerar su automóvil.
Me dijo que habían asaltado a su papá y que él estaba levantando una denuncia en el Ministerio Público.
"¿Levantando?", le pregunté.
Ella volteó a mirarme otra vez y me lanzó una sonrisa amarga y me sentí mal.
Me di cuenta de que debí haberle preguntado si su papá se encontraba bien, en vez de quererme hacer el gracioso.
El ardor en el estómago era insoportable, pero le di otro sorbo al café.
Denisse enjuagó los platos y luego tomó una botella con cloro y vertió un chorro de cloro en el recipiente que contenía la mezcla de agua y de Salvo, y después remojó una vez más la Scotch Brite en el recipiente y volvió a tallar los tres platos.
Cuando terminó, volvió a abrir la llave del agua y le quitó los residuos de jabón a los platos.
El hambre era insoportable. Iba a preguntarle si no tenía un trozo de lasaña que pudiera ofrecerme, cuando volvió a remojar la Scotch Brite en el recipiente.
Sintió mi mirada, volteó a verme y dijo:
"A veces no es suficiente, una sola tallada..."
Y sonrió maliciosamente.
Se la pasó lavando los platos casi treinta minutos, sin decir una palabra más.
Pensé que estaba castigándome por haber llegado tarde a su departamento, o que simplemente era una obsesiva-compulsiva.
Me levanté de la mesa, me despedí y le dije:
"No vuelvo a llegar tarde".
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