Los ataques de tos no son tan frecuentes como hace tres semanas, pero son más intensos.
Cuando terminan los ataques, el vientre me duele como si hubiera tenido una pelea de box.
Todo esto comenzó el día de mi cumpleaños, un viernes antes de Navidad.
Fuimos a una cena de fin de año. En el lugar había como quince personas y la temperatura era cálida.
Cuando salimos de la cena, eran alrededor de las once de la noche.
Hacía mucho frío y caminamos unas cuadras hasta abordar un Über.
Llevaba cubrebocas, pero no me lo puse.
Había sido un largo día y sólo quería dormir.
(Me levanté a las cinco de la mañana. A las nueve, tuve una junta en Lerma.
A las cuatro de la tarde, regresamos a comer a la Ciudad de México. A las ocho de la noche, salimos a la cena de fin de año.)
Cuando llegamos a la casa y me acosté a dormir, sentí un escozor en la garganta.
No quise darle importancia, pero ya imaginaba que iba a enfermarme.
Al otro día el escozor era más intenso.
Me tomé una pastilla de Febrax (naproxeno sódico y paracetamol) para mitigar el dolor.
El domingo empeoré y comencé a tomar un tratamiento de clorfenamina compuesta.
En la cena de Navidad, me la pasé sedado y estornudando.
El jueves nos mudamos de casa. Desperté con un terrible ataque de tos. Tenía faringoamigdalitis y tomé Ambroxol y clorfenamina compuesta.
El último domingo del 2018, volvimos a la Ciudad de México.
Cuando llegamos al departamento en el que vivimos durante casi cuatro años, me sentía mal; no podía respirar, tenía los oídos tapados y los pulmones llenos de flemas.
Tenía siete días tomando Ambroxol y decidí suspender el tratamiento.
La tos empeoró en la cena de Año Nuevo.
No había enfermado en todo el 2018, pero las últimas semanas de diciembre y lo que va de este año he estado enfermo. Ya no recuerdo cómo es estar sano.
En un par de horas, viajaré a Querétaro a una reunión de trabajo.
Espero que no sea un recorrido incómodo y que la tos me deje en paz.
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