domingo, octubre 20, 2019
Pretty Hate Machine
En 1998, afuera de la Facultad de Filosofía y Letras, se ponía un tianguis en el que vendían todo tipo de libros –desde autores como Friedrich Niestzche y Karl Marx y Alejandra Pizarnik e Isabel Allende hasta Carlos Cuauhtémoc Sánchez–, algunas artesanías –anillos, collares– y música.
Había una gran oferta de discos compactos y de cassettes.
En algunos puestos se preocupaban por darle una buena presentación a su mercancía y le ponían una impresión fotográfica o una copia fotostática de la portada del álbum al estuche del cassette.
En otros puestos no se preocupaban tanto por el aspecto de la mercancía, pero vendían música difícil de encontrar en cualquier otro lugar.
Conocí este tianguis a los pocos días de entrar a la universidad y allí me compré dos cassettes de Sonic Youth.
Un día no tuve clase y me fui a caminar a Filosofía y Letras –me gustaba más el ambiente de esa facultad que el ambiente de la facultad de Psicología– y me detuve en un puesto en el que vendían cassettes.
Allí vendían Pretty Hate Machine y no sé por qué me llamó la atención –nunca había visto el logotipo de Nine Inch Nails ni había escuchado su música–, pero lo compré.
La calidad de la impresión de la portada del álbum tampoco era muy atractiva.
Lo escuché de regreso a la casa en mi walkman y no me gustó.
Casi toda la prepa había escuchado música "orgánica" –batería, bajo y guitarra– y como en Pretty Hate Machine abundan los sintetizadores, me pareció que tenía un sonido demasiado electrónico para mi gusto.
Al siguiente semestre, tuve a unos compañeros que veían muchas películas.
Uno me platicó que Natural Born Killers era una de sus películas preferidas y que su escena favorita era cuando los prisioneros se amotinaban y tomaban como rehenes a los personajes de Tommy Lee Jones y de Robert Downey Jr., mientras sonaba Something I Can Never Have.
Según él, la música era perfecta para esa escena.
Ya había visto esa película, pero sólo recordaba vagamente la parte en la que el detective Jack Scagnetti –interpretado por Tom Sizemore–, analizaba la escena de un crimen y se enfocaba en la marca que había dejado el trasero de una mujer en la carrocería de un convertible.
Cuando volví a ver la película de Oliver Stone, le presté más atención a la escena del amotinamiento y coincidí con mi compañero de la universidad: esa canción de Nine Inch Nails le iba muy bien.
La UNAM se fue a huelga en 1999 y una tarde en la que me encontraba desesperado y aburrido –el Consejo General de Huelga ya había tomado el Auditorio "Che" Guevara como centro oficial de sus reuniones, la Ciudad Universitaria se encontraba cercada, el final de la huelga no se veía próximo y yo estudiaba por mi cuenta la historia de la psicología y tomaba un taller de creación literaria–, me encontré en la casa una cinta VHS de Chaplin.
Robert Downey Jr. me remontó a la escena del amotinamiento de Natural Born Killers y me puse a escuchar el cassette de Pretty Hate Machine que había comprado hacía más de un año.
A partir de entonces, lo escuché varias veces y me fue gustando cada vez más.
(De hecho, cuando terminé el Servicio Social y me dieron una beca –único pago de casi $2, 000 MXN–, con ese dinero fui al Tianguis de El Chopo y me compré Pretty Hate Machine en CD y Closure en VHS.)
Desde hace casi diez años, NIN es una de las bandas que escucho con más frecuencia.
He visto a Trent Reznor dos veces en vivo –en la gira de With Teeth y en la gira de Lights In The Sky–, tengo todos sus álbumes de estudio (originales) y también algunas bandas sonoras en las que Trent Reznor fue el productor.
Hay temporadas en las que no escucho su música, pero ha sido importante en diferentes etapas de mi vida.
Cuando comencé a prestarle atención a las letras, siempre resultaban hablar de alguna situación emocional por la que pasaba.
Aun ahora, escucharlas me remonta a esos momentos.
Pretty Hate Machine cumple treinta años el día de hoy.
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