Tenía 12 años, cuando vi la revista en la que Marta Sánchez salía desnuda.
Estaba un poco obsesionado con ella. No podía dejar de verla por la televisión. Secretamente me enloquecía su forma de cantar y de bailar.
Era de lo más sexy.
Un día, en la ceremonia de honores a la bandera, un compañero me presumió que había conseguido una revista española en la que Marta salía desnuda.
Se la había comprado a un tipo más grande que nosotros y que ocasionalmente se aparecía a la salida de la escuela para vendernos tabaco, alcohol y cosas por el estilo.
Mi compañero era un poco hablador, así que no le creí.
Pero en la primera clase de ese lunes, él tomó asiento delante de mí, puso su mochila en el suelo y, mientras la profesora de matemáticas pasaba lista, abrió su mochila lo suficiente para dejarme ver la portada de la revista.
Apenas fueron unos segundos, pero alcancé a ver el rostro de Marta y leí
TOTALMENTE DESNUDA
A lo largo del día no pude pensar en nada más.
En el receso, mi compañero me dijo que ni siquiera había visto la revista. Tenía miedo de que sus papás lo descubrieran -tenía malas calificaciones y ellos querían meterlo a una escuela militar-, y me preguntó si estaba interesado en comprársela.
Me pareció sospechoso y me dio un poco de repugnancia, pero ganó la curiosidad.
Acepté y le di lo que me quedaba de mi mesada.
Antes de salir de la escuela, en la última clase, él guardó la revista en un cuaderno y metió el cuaderno en mi mochila.
El camino a la casa se me hizo eterno. Quería volar y llegar rápido y meterme en mi recámara y abrir la revista y ver a Marta Sánchez desnuda.
Justamente ese día, cuando llegué a la casa, mis abuelos estaban de visita.
Mi mamá me dijo que mis abuelos estaban esperándome porque querían que los acompañara al supermercado, y no pude negarme.
Sólo pude cambiarme el uniforme rápidamente, y salí con ellos.
Mi abuelo tenía un Volare de color gris que olía a lavanda. Era muy cauteloso y conducía muy lento. Se me hizo eterno el trayecto hasta el supermercado.
Yo sólo quería ver desnuda a Marta Sánchez.
Tardamos mucho tiempo en el supermercado. A mis abuelos no les gustaba comprar cualquier cosa -además, los dos tenían diabetes y tenían que ser cuidadosos con las cosas que consumían-, y se la pasaron escogiendo productos muy especiales.
Conforme más tiempo pasaba sin que yo pudiera ver la revista, más excitado me sentía, pero en algún momento la excitación se convirtió en malestar.
Regresamos a la casa y mi abuelo me pidió que le leyera la sección de deportes del periódico. Había olvidado sus lentes en el Volare y no quería que yo fuera a buscárselos. Me hizo leerle algo sobre la selección mexicana de futbol y su participación en un torneo en Ecuador.
Luego llegó la hora de la comida y tuve que quedarme a la plática de sobremesa.
Mis abuelos se marcharon casi a las seis de la tarde y entonces pude meterme en mi recámara.
Cerré la puerta con llave.
Saqué desesperadamente el cuaderno de la mochila y dejé caer la revista en la cama.
Contemplé durante algunos segundos la portada. Era casi idéntica a como recordaba haberla visto por la mañana, en la clase de matemáticas.
Abrí la revista y la ojeé apresuradamente en busca de Marta Sánchez, pero no encontré ninguna fotografía suya. Le habían arrancado un montón de páginas a la revista.
Maldije a mi compañero de la escuela, y juré que me vengaría de él.
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