No he dejado de toser desde ayer por la noche.
Los ataques son tan fuertes que ya hasta me duele la espalda.
Siempre he sido muy enfermizo y debilucho.
Me gustaría ser como las personas que se enferman poco y que aun cuando se enferman no tienen que interrumpir sus actividades diarias.
Las envidio totalmente.
He pasado muchos días en convalecencia.
Tengo recuerdos brumosos de varias noches de la infancia, ardiendo en fiebre y alucinando, debido a los efectos de algún antipirético -sufría de amigdalitis, constantemente-, mientras mi mamá me consolaba.
También recuerdo haber tenido en múltiples ocasiones unas horribles náuseas y haberlas soportado en el asiento trasero del automóvil de mi papá, mientras volvíamos de un restaurante a la casa porque la comida me había caído mal.
El trayecto de regreso a la casa era eterno.
Cuando estaba en la secundaria, un simple resfriado me hacía permanecer en cama toda una semana.
Tomaba una clase en un aula enorme y muy fría que tenía muchas ventanas y puertas que casi siempre estaban abiertas de par en par.
La clase duraba tres -¿o cuatro?- largas y tediosas horas.
La profesora nos dictaba a toda velocidad, unas normas de comportamiento que supuestamente nos iban a servir para ser mejores personas cuando creciéramos.
Era un taller de dibujo técnico industrial, pero parecía un taller de taquigrafía.
Teníamos que escribir esas normas a su ritmo, en un block de papel milimétrico.
Además, teníamos que hacerlo con la mayor limpieza posible.
Encorvado sobre el restirador, con escurrimiento nasal y los ojos llorosos, trataba de pasar a toda prisa la pluma estilográfica Staedtler de .3 mm a través de los huecos de las letras de las plantillas, para escribir esas normas sin cometer errores.
Como soy zurdo, tenía que hacerlo con mucho cuidado para no manchar accidentalmente el papel milimétrico con mi mano mientras la desplazaba de la izquierda a la derecha, conforme iba escribiendo.
La tinta china es muy escandalosa y no se seca pronto.
Casi nunca le daba mantenimiento a la pluma estilográfica y, justo cuando estaba a la mitad de un dictado, podía taparse y la tinta china dejaba de salir.
Mientras la profesora continuaba dictándonos y yo tenía escurrimiento nasal, tenía que llevarme la pluma estilográfica a los labios y chuparle la punta para que la tinta volviera a salir.
El amargo sabor de la tinta se me quedaba en la boca.
Imaginaba que así debía de saber el veneno.
Los ojos me escocían y odiaba no poder largarme del aula y sacar un pañuelo y sonarme la nariz, para respirar normalmente.
Por si fuera poco, tengo una especie de rinitis alérgica estacional.
De un momento a otro, empiezo a tener los síntomas de un resfriado, exceptuando la fiebre. Casi siempre esto coincide con la cercanía de la primavera o del invierno.
Al cabo de unos minutos, el escurrimiento nasal es excesivo, no paro de estornudar, tengo los ojos llorosos y me siento muy cansado y con el cuerpo cortado.
La loratadina suele mitigar los síntomas.
Cuando hay mucha contaminación en la ciudad, también comienzo a estornudar y a tener escurrimiento nasal aparatosamente.
Debo tomar loratadina y ponerme un cubrebocas para salir a la calle.
El fin de semana, mi esposa quería probar los helados de Ice Cream Nation.
Alguien se los había recomendado o los había visto por internet.
La heladería está junto a Los Bisquets Obregón de la Colonia Roma.
Me sentía bien y no me puse cubrebocas ni tomé loratadina.
Cuando llegamos a la heladería, estaba ordenando un tipo calvo y con lentes de sol.
Su rostro me resultó familiar, pero no recordé de dónde lo conocía.
Lo acompañaba una adolescente a la que le estaba diciendo que "era muy cagada y natural, como su mamá."
Cuando se dio cuenta que yo lo veía insistentemente, me saludó.
Entonces recordé de dónde lo conocía.
Hace muchos años, él tenía un programa de televisión.
El programa salía los lunes por la noche en el Canal 5.
Yo lo veía porque a esa hora regresaba a la casa.
Era profesor de asignatura en la Ibero y daba clase de las 18:00 a las 21:00hrs.
No me molestaba el horario.
Ya había sido profesor adjunto en la Facultad de Psicología de la UNAM, pero nunca había tenido a un grupo de estudiantes completamente bajo mi cargo.
Preparaba mis presentaciones en Power Point con videos y fotografías ilustrativas, pero nunca las podía utilizar.
No tenía computadora personal, pero podía pedir una en la universidad.
Tenía que apartarla personalmente ese mismo día de la clase, al menos a las 5 de la tarde.
Tampoco tenía un proyector y siempre me prestaban los proyectores más defectuosos -tal vez porque me veían muy joven, creían que daba lo mismo- y entonces terminaba dando mis clases de memoria y en el pizarrón.
Ahora que lo pienso mejor, esa clase debió de ser una tortura para los estudiantes.
No era experto en el curso que impartía, ni me fascinaba.
Le dedicaba toda una semana a la preparación de una sola clase, pero de todas formas cada lunes me sentía un charlatán, tratando de convencer a los estudiantes de la importancia de los temas que cubría el programa de estudio, exponiendo temas que no me apasionaban y que no conocía a fondo.
Volvía a la casa, deprimido y frustrado, y me sentaba en la sala a ver televisión.
La sección que más me entretenía de ese programa era una en la que el tipo calvo se hacía pasar por millonario. Recibía cartas de hombres solitarios y patéticos.
Ellos le exponían unos casos absurdos, pidiéndole ayuda.
El millonario leía las cartas y le daba un sorbo a una copa de vino.
Luego decía
"Que lo hagan ellas"
Siempre me había parecido un tipo pesado y un malísimo comediante, pero me cayó bien en Ice Cream Nation.
Mi esposa pidió un helado con leche de almendras y crema de cacahuate.
De un momento a otro, me sentí mal.
Empecé a estornudar y se me pusieron llorosos los ojos.
Como toda la semana había tenido esos síntomas, no les quise dar importancia.
Caminamos hacia la calle de Guanajuato.
(Una vez recorrimos casi diez kilómetros sin descanso, desde Plaza Universidad hasta el Centro SCOP, y el malestar desapareció en algún momento).
Luego volvimos a la Avenida Álvaro Obregón y seguimos hasta Nuevo León.
Recorrimos Nuevo León hasta El Parque España.
Cuando llegamos al Plaza Condesa, ya me sentía mucho peor.
Seguimos caminando hasta Tamaulipas y Fernando Montes de Oca, en busca de un local donde venden shawarma y falafel.
Tenía hambre y allí preparan una salsa agridulce de mango que me gusta.
Estaba cerrado.
Caminamos otro rato hasta Alfonso Reyes y Saltillo.
La congestión nasal desapareció.
(1/11/2017; 17: 16) |
Me bebí una León y retomé la lectura de una novela de Ishiguro.
La novela estaba escrita de un modo muy original -el mismo autor dijo en una entrevista que la escribió para renovarse, porque estaba cansado de que lo categorizaran como escritor de novelas impecables-, y nunca se sabía si lo que se relataba estaba por suceder o si ya había sucedido.
El protagonista era un prestigioso músico que llegaba de visita a un pequeño pueblo de Europa, como invitado a un magno evento que organizaban todos los habitantes respetables.
Su estadía en el pueblo, le permitía involucrarse con sus habitantes y conocerlos realmente.
Estaba por llegar al final de un capítulo, cuando sentí comezón en las fosas nasales y empecé a estornudar escandalosamente.
Me tomé la loratadina, y esperé una hora.
No surtió efecto.
Por la noche, me sentía con el cuerpo cortado y me tomé un Theraflu.
Quince minutos más tarde, me sentí peor.
El domingo desperté acatarrado y con fiebre.
Hoy me quedé en el departamento, esperando reponerme.
Pero me siento mucho peor que ayer.
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