Son casi las nueve de la noche cuando llegamos a la estación Cuauhtémoc. Hace tanto tiempo que no voy al Foro Alicia que estoy un poco desorientado y no recuerdo cuál salida debemos tomar.
Caminamos junto a la avenida y cruzamos varios bares. Casi todos invaden la acera, tenemos que atravesar mesas y sillas, y sus principales atracciones son el karaoke o la música en vivo.
Pasamos por un bar en el que un hombre calvo y obeso con traje de oficinista está cantando El Son del Dolor y luego pasamos por otro bar en el que una banda de adultos que rondan los cincuenta años toca Entre dos tierras. Ambos bares están casi desiertos, pero las personas que se encuentran en ellos parecen disfrutar el momento.
Si mi memoria no me falla, hace diez años, en lugar de esta clase de bares, había cantinas y al menos una pulquería en donde ponían música de José José o corridos.
Luego, en vez de mesas y sillas, tenemos que atravesar una fila sobre la acera.
Hay aproximadamente cincuenta personas formadas allí y la mayoría no pasa de los treinta años de edad. Hay un evento de stand-up con Coco Celis y Carlos Ballarta.
De la fila, destaca una mujer que se me hace conocida. La rodea un grupo de mujeres y ella parece contarles un chiste porque las hace reír. Mientras habla, hace aspavientos tan ensayados que es evidente que tomó clases de actuación y que está acostumbrada a ser el centro de atención.
Cuando logramos atravesar la fila y nos acercamos al Foro Alicia, recuerdo de quién se trata: se hace llamar Myr Ramírez.
Hace unas semanas, la vi en un programa de Comedy Central.
Son casi las nueve y media, cuando llegamos.
Malinche y Los Perros presentan su segunda producción –un EP– en El Foro Alicia.
Aunque mi hermano es el baterista, nunca los he escuchado en vivo.
Al subir las escaleras, me recuerdo escuchando aquí mismo Rompevientos y Detrás De La Tormenta, mientras el humo de los cigarrillos se confundía con el olor de la marihuana quemada y el lugar estaba casi a su máxima capacidad.
Tengo la impresión de que hace diez años, a la gente le interesaba escuchar música en vivo.
Tengo la impresión de que había una "fiebre" de bandas independientes y de que la gente apreciaba a estas bandas que hacían de todo: desde conseguir sitios dónde tocar, para luego diseñar sus flyers y promocionar sus conciertos, hasta grabar sus propios demos, casi de manera casera, para luego venderlos en los conciertos.
Tengo la impresión de que hace diez años la gente apreciaba a estas bandas que tienen la libertad de hacer lo que quieren, sin importarles correr el riesgo de permanecer en el anonimato por no ir con la corriente.
Ahora todo es muy distinto.
Tal parece que todo mundo tiene sangre de cómico en las venas.
Algunos comediantes son buenísimos, pero la mayoría sólo son un montón de inmaduros que se burlan de todo y que mandan a la chingada al primero que se burla de ellos.
Somos alrededor de veinte personas en El Foro Alicia, incluyendo a los mismos músicos que tocarán esta noche y a sus acompañantes (groupies, parejas, amigos), cuando comienza a tocar Teresa Cienfuegos.
Son dos sujetos con guitarras eléctricas. Su sonido me recuerda a Terry Lee Hale.
El público reacciona a su música con desconcierto.
La siguiente banda de la noche se llama Vírgenes Suicidas.
Son dos guitarristas, un bajista, un tecladista y un baterista. Al igual que me pasó con la standupera hace unos treinta minutos en la calle, uno de sus integrantes me resulta familiar.
Creo que he visto al tecladista en alguna parte.
La banda suena a una mezcla de proto punk y garage, y me recuerda a los primeros álbumes de The Cure, aunque en sus canciones destacan más las guitarras y no tienen líneas de bajo tan pronunciadas como las líneas de Simon Gallup.
Sin duda, compraría un álbum suyo.
Luego toca Andy Mountains.
Es un solo sujeto con una Telecaster, con muchos pedales –distingo un looper, un Delay, un Flanger y un distor– y un bombo que manipula con el pie al mismo tiempo que toca y que canta.
Vaya coordinación.
Su música me remonta vagamente a algunas canciones de Neil Young y de Kurt Vile.
Le presto atención a sus letras. Son un poco tristes y hablan de la ciudad y de la gente que lo molestaba cuando iba a la secundaria y lo perturbaba su sexualidad.
Siguen Phuture Crimes, una banda con dos bateristas, un bajista, un tecladista y un cantante que usa un aparato para distorsionar su voz.
Me suenan muy electrónicos, como a la banda sonora de Trainspotting... quitando a Iggy Pop y a Lou Reed.
De lo que va de la noche, es la banda que más ha conectado con el público... tal vez porque "lo electrónico" es lo más socialmente aceptado.
Antes de la banda estelar, el tecladista y el baterista de Vírgenes Suicidas se acercan a donde estoy. Resulta que el tecladista es estudiante de posgrado y que le di una clase no hace mucho tiempo. Dice que en esa clase le llamé la atención a una de sus compañeras, porque ella no se había informado bien sobre el tema y estaba diciendo cosas absurdas.
Conforme él habla, se arremanga su chamarra de piel y deja al descubierto uno de sus antebrazos y entonces lo recuerdo de un simposio en la universidad: me acerqué a su cartel porque me llamaron la atención sus tatuajes de tiburones.
La verdad no recuerdo la clase a la que se refiere.
Desde que mis colegas sólo me invitan a impartir clases de vez en cuando –desde hace un par de años, no he tenido bajo mi cargo a un grupo todo el curso escolar–, no recuerdo ni los nombres ni las caras de los estudiantes.
Platicamos sobre Las Vírgenes Suicidas.
Exceptuando al tecladista, tienen más de tres años tocando juntos –el baterista bromea al respecto y me dice que el resto de la banda aún no está seguro de que el tecladista haya pasado la prueba– y la mayoría de ellos vive en la periferia de la ciudad.
(¿Ecatepec...?, ¿Naucalpan...?)
El baterista continúa y me dice que no han tenido muchas oportunidades para tocar en lugares como El Foro Alicia, pero que ya tienen un demo.
Les prometo seguirlos en redes sociales, comprar su demo y volver a escucharlos en vivo.
El tecladista promete enviarme solicitud de amistad en Facebook.
Es más de medianoche cuando Malinche y Los Perros suben al escenario.
De todas las bandas que han tocado, es la única banda en la que toca una mujer.
Considerando que una de las características que siempre ha acompañado al rock es la subversión, resulta irónico, pero no creo que sea una coincidencia; más bien, creo que refleja lo difícil que es ser una mujer en México.
La cantidad de personas no es muy diferente a la cantidad que había desde el principio, pero la mayoría de los músicos que han tocado esta noche se han quedado hasta el final, se han concentrado frente al escenario y parece que hay más gente.
Cuando comienzan a tocar, lo primero que noto –tal vez por sesgo– es que da la impresión de que ensayan intensamente.
Aun cuando la estructura de sus canciones no sigue un orden convencional verso-coro-verso, parece que tocan con un metrónomo.
Sus canciones me recuerdan en partes a Dinosaur Jr. –sin los riffs estilo heavy metal característicos de J. Mascis– y a Nos Llamamos.
De vuelta a la casa, casi a las dos de la mañana, logramos abordar un taxi.
Me siento en el asiento del copiloto y percibo claramente el malhumor del taxista.
No deja de refunfuñar y pienso que tal vez él esperaba (como la mayoría de los taxistas con los que he tropezado) que el recorrido fuera tan corto como cruzar de una esquina a otra.
Su actitud me remonta a un concierto en el que tocaron Gustavo Cerati, Café Tacuba y Placebo.
A la salida de ese concierto, mientras Placebo tocaba los primeros acordes de Where Is My Mind? –mi hermano quiso salirse antes de que terminara el concierto–, también abordamos un taxi y el taxista nos cobró una tarifa elevadísima y en algún momento se puso a hablar con otro taxista por radio y le dijo que "estaban cayendo las manzanas del árbol", refiriéndose (claramente) a nosotros.
A diferencia de ese concierto –tal vez ocurrió hace casi veinte años, tal vez mi hermano ni siquiera tocaba en Nos Llamamos–, el taxista malhumorado nos cobrará una tarifa decente y voy en el taxi sólo con mi hermano el más chico –mi hermano, el baterista, se quedó en El Alicia... y ni siquiera me presentó a Andy Mountains–, su novia, y mi esposa.
Me siento exhausto.
Sólo bebí un par de cervezas, pero a esta hora normalmente ya estoy dormido.
Mientras me voy quedando dormido en el trayecto sobre Avenida Cuauhtémoc, me niego a creer que las cosas hayan cambiado tanto.
¿Será que ahora todo mundo quiere hacer comedia, vivir de la comedia y reírse de las tragedias...?
Incluso en los festivales de música hay stand-up... No me sorprendería que la gente asistiera a un festival de música exclusivamente a escuchar comedia.
La buena comedia también merece su importancia, pero escuchar a un standupero en vivo no se compara con la experiencia de escuchar música en vivo... o, al menos, eso es lo que creo.
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