EN PROGRESO.
Vivimos muchos años en un departamento. Cuando nos mudamos a nuestra propia casa, mi mamá empezó a llevar a uno de mis hermanos a consulta con el médico. Él tenía asma y estaba bajo tratamiento.
El consultorio del médico quedaba lejos de la casa, y, cuando iban a consulta, mi mamá y mi hermano se la pasaban fuera toda la tarde. De vuelta a la casa, después del trabajo, mi papá pasaba por ellos y los tres llegaban hasta la noche. Nuestro hermano más pequeño y yo nos quedábamos solos en la casa.
Las visitas al médico sólo ocurrían una o dos veces al mes, pero eran un asunto muy importante para mí. Me sentía como un adulto responsable, cuidando a su hermano menor.
Mi hermano más pequeño estaba en el kínder, y le gustaba jugar y ver caricaturas, como a los niños de su edad. También le gustaban los dinosaurios y Las Tortugas Ninja. Yo era un típico adolescente de doce años de edad, que cambiaba repentinamente de humor y que no tenía paciencia para jugar con un niño de cuatro años. Ya no me gustaban los juguetes ni saltar o correr por aquí y por allá, ni jugar a las escondidas.
Para distraer a mi hermano pequeño, le encendía la TV, le daba un puñado de dulces y lo dejaba allí, viendo caricaturas.
Cuando él se aburría, me pedía que le pusiera una película de Goofy. No sé por qué –según los psicólogos, así es como los niños refuerzan sus conocimientos en etapas tempranas del desarrollo–, pero le gustaba mucho esa película y la veía una y otra vez. Yo ya la conocía de memoria, de principio a fin, aunque nunca realmente me había sentado a verla.
En nuestra casa teníamos dos televisores –uno en la cocina y otro en la sala–, pero sólo teníamos una videocasetera Betamax y entonces le ponía la película de Goofy en la Betamax y lo dejaba allí, sentado otra vez, frente al televisor de la sala, mientras yo me iba a perder el tiempo a otra parte de la casa.
En una de esas visitas al médico, cuando me disponía a ponerle a mi hermano pequeño la película de Goofy en la videocasetera, descubrí, entre la colección de películas de mis papás, una película de la que todo mundo hablaba por entonces. Apenas leí el título y se me aceleró el ritmo cardiaco. Se trataba de Bajos Instintos. Había escuchado muchas cosas sobre la película. Supuestamente era un thriller intenso con escenas de sexo explícito. Supuestamente las escenas eran tan fuertes que había sido censurada en varios países. En las noticias decían que era la película más aclamada de Paul Verhoeven –el mismo director de la película de RoboCop, estrenada unos años antes–, que la habían filmado totalmente en 1991, y que Sharon Stone y que Michael Douglas eran los protagonistas.
(No sé cómo llegó esa película a la casa. Cuando todo esto pasó, debíamos de estar en el otoño de 1992 y quizá la película aún estaba en cartelera. Eran otros tiempos: no había streaming, ni podías ver en tu casa una película el mismo día que se estrenaba en el cine).
De Georges Biard, CC BY-SA 3.0, https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=9055138 |
Yo pensaba que Bajos Instintos, esencialmente, era una película de sexo. Eventualmente –más o menos a lo largo de un año de visitas al médico–, me di cuenta de que estaba equivocado.
La película comienza cuando la policía encuentra a Johnny Boz –una estrella de rock– muerto en su penthouse. Su cadáver está lleno de sangre y de puñaladas. Según los detectives, todo indica que es la escena de un crimen pasional. Nick Curran –uno de los detectives en la escena del crimen– debe resolver el caso: averiguar quién asesinó a Boz. Pronto, él y uno de sus colegas descubren que los papás y los amantes de Catherine Tramell –la última amante de Johnny Boz– han muerto en condiciones sospechosas. Ella es una escritora rubia y enigmática. En sus novelas siempre ocurren asesinatos casi idénticos a los asesinatos en los que han muerto sus seres queridos.
Mientras la investigación avanza, Curran cada vez está más seguro de que Catherine Tramell está involucrada en la muerte de la estrella de rock y la sigue a todas partes y se obsesiona con ella. Ella es muy inteligente y seduce a Curran y Curran desarrolla una adicción hacia ella y pierde la objetividad en el caso del asesinato de Johnny Boz.
Cuando encontré Bajos Instintos entre la colección de películas de mis papás, convencí a mi hermano pequeño de que la película de Goofy no era una película tan buena como a él le parecía y me aseguré de quedarme con la Betamax en la sala para mí solo.
Estaba temblando y sintiendo que mi corazón explotaría en cualquier momento cuando metí la película en la videocasetera. Me senté en la alfombra, apenas a unos centímetros del televisor y de la videocasetera, para permanecer oculto a la vista de mi hermano y para apagar el televisor inmediatamente, en caso de que él saliera abruptamente de la cocina. No sabía qué iba a encontrarme exactamente, pero era una situación extrema y era lo más excitante que me había pasado. Al mismo tiempo, no quería que mi hermano pequeño me descubriera viendo una película clasificación C, pero tampoco quería perderme la oportunidad de ver una película clasificación C.
La primera escena era muy violenta e impresionante. Se trataba de una borrosa imagen en movimiento, reflejada en un espejo. Había música de violines y algunos murmullos apenas perceptibles. Parecía que un hombre y una mujer estaban desnudos en una cama. La escena no era nada explícita, sino críptica, ambigua y poética. Los cuerpos desnudos cada vez se movían más rápido, acompasados uno al ritmo del otro, y los murmullos apenas perceptibles y la música de violines subían de intensidad. Aparecía por primera vez en la pantalla una enigmática mujer rubia. Estaba encima del hombre y el hombre estaba bajo su control. De pronto, ella tomaba un picahielos de debajo de una almohada y apuñalaba al hombre salvajemente, y la sangre brotaba por todas partes de su cuerpo y salpicaba la cama y el rostro de la mujer rubia mientras ella continuaba apuñalándolo.
La estrella de rock tenía las manos atadas a la cabecera de la cama y desesperadamente intentaba desatarse, y gritaba y sangraba profusamente, pero la rubia no dejaba de apuñalarlo hasta que lo mataba.
No pude apartar a Sharon Stone de mi cabeza durante varias semanas. Me impresionaron su belleza y su ferocidad y todo el ambiente críptico y ambiguo de esa escena.
Cada vez que mi mamá y mi otro hermano iban a consulta, volvía a dejar a mi hermano más pequeño en la cocina viendo a Las Tortugas Ninja y me sentaba en la alfombra a continuar viendo la película. Nunca veía más de diez minutos consecutivos. No me sentía con total libertad para ver la película de principio a fin. No sólo creía que mi hermanito podía salir en cualquier momento de la cocina, sino que mis papás podían volver en cualquier momento a la casa. Me tomó más o menos un año ver toda la película.
Ayer se cumplieron 30 años del lanzamiento de Bajos Instintos.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario