Tuve una pesadilla y ya no pude volver a dormirme. En la pesadilla, estaba con mi abuela en su casa. Parecía que ella tenía que comunicarme algo urgentemente, pero, como siempre ocurrió en la realidad, cuando ella vivía, yo tenía mucha prisa por estar en otra parte y no le prestaba mucha atención. Luego mi mamá entraba a la cocina y yo aprovechaba para salirme de la casa.
Afuera de su casa, me subía a un auto y tenía que conducirlo en reversa. De algún modo había logrado cruzar una avenida muy transitada, pero de pronto el motor hacía un sonido extraño y el auto se detenía justamente frente a un taller mecánico.
Me bajaba del auto y veía a un hombre como de mi edad que llevaba puesto un overol y que inspeccionaba un auto deportivo destrozado. Me miraba y yo intentaba decirle algo, pero él me interrumpía, me decía que ya estaba harto, que tenía ya varios días reparando ese automóvil deportivo, que hacía el trabajo para una aseguradora, que el auto había estado implicado en un accidente y que en el accidente había muerto una mujer.
Estaba convencido de que el espíritu de esa mujer lo acosaba. El hombre vivía en el taller. Según él, desde la primera noche, cuando había llegado el auto, había tenido la impresión de que una presencia merodeaba su taller. La segunda noche había escuchado que caían herramientas o que alguien intentaba abrir puertas o cajones en el taller. La tercera noche, cuando finalmente había comenzado a reparar el auto, la voz de una mujer le murmuró al oído algunos detalles del accidente. Desde entonces él estaba convencido de que se trataba de la mujer que había muerto en el accidente y que todas las noches ella había sido quien había estado comunicándose con él.
El hombre estaba harto. Apenas unos minutos antes de que yo me apareciera en su taller, una fuerza invisible había intentado cortarle las manos con una herramienta. No sabía qué hacer. Por un lado, la aseguradora lo presionaba para que repara el auto cuanto antes; por otro lado, parecía que alguien –¿el espíritu de la mujer?–, no quería que lo hiciera. Estaba contándome estas cosas cuando sonaba un ruido furioso: una fuerza invisible había encendido el motor del auto deportivo destrozado.
Desperté con taquicardia. Miré la hora en el reloj de la mesita de noche. Eran las 4 de la mañana. Intenté volver a dormirme, pero no pude dejar de pensar en la pesadilla ni dejar de preguntarme de dónde había salido toda esa información que había soñado. Estuve dando vueltas en la cama. Alrededor de las 6 me levanté y me metí a bañar. Cuando salí de bañarme, encendí el teléfono celular. Mientras me vestía, llegó un Whats. Mi hermano me preguntaba cómo estaba y se me hizo extraño que me mandara un Whats a esa hora y ese día sólo para preguntarme cómo estaba, y sospeché que había ocurrido algo que tenía que contarme urgentemente.
Abrí el chat de Whats y leí que mi abuelo acababa de morir.
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