Me considero un bombero de segunda mano que apaga los fuegos de todas las cosas que se incendian en los trabajos en los que he estado, y no voy a entrar en detalles, no voy a desmenuzar nada, no voy a decir qué significa nada, sólo voy a decir que siempre he disfrutado mis trabajos, que siempre he remado contra la corriente, que nunca me he quejado de nada y que eso (aparentemente) le ha hecho creer a la gente que mi trabajo es muy fácil y que todo me da igual (no los culpo) y que mi cerebro siempre está en modo “Es lo que hay”.
En todos los trabajos que he tenido he tratado a personas con una ética intachable y con un compromiso asombroso hacia todo lo que hacen, pero también he tratado a psicópatas y a narcisistas que sólo se preocupan por ellos mismos y que no miden las consecuencias de sus actos y que se alimentan de la humillación de los demás; y también he tratado a personas falsas que sólo me hablan o me saludan cuando necesitan algo de mí, o cuando no les queda otra opción; y también he tratado a personas fabulosas, transparentes y directas, y algunas de ellas, infortunadamente, ya no están aquí.
Aunque me considero un bombero, desde niño siempre he querido ser una estrella de rock de las letras y se los he dicho a personas de mi círculo social y a algunas de ellas les ha parecido una broma y se han carcajeado en mi cara y me han dicho que es la niñopausia, y que debería preocuparme por tener un auto del año en la puerta de mi casa, o que debería preocuparme por salir de vacaciones al menos dos veces al año y conocer el mundo; a otras personas se los he contado y me han dejado la impresión de que creen que soy más bien un escribano y que, cuando les digo que escribo, me refiero más bien a que escribo poemas sobre las mujeres que me gustaban cuando estaba en la secundaria, o a que puedo escribir poemas sobre los bebés que acaban de nacer y que puedo sentir lo felices que están sus papás y que puedo escribir sobre eso.
Otras personas me han dejado la impresión de que creen que puedo escribir sobre las fiestas de graduación que les gustan a los papás y a los abuelos de los graduados, o que invento historias como las que ellos ven en Netflix, como esas historias en las que todos los protagonistas son ricos y luchan por sus sueños hasta que sus sueños (con un empujoncito de la fortuna familiar) se hacen realidad, pero no me voy a quejar más de lo necesario, sólo voy a decir que hoy no salí a correr, que desde las seis de la mañana me levanté de la cama y que encendí la Mac y que me concentré en escribir en algunos de los textos en Word que tengo abandonados en distintas carpetas en la computadora (las cosas que lees en este blog son improvisaciones que pueden tomar otro camino), y que uno de esos textos fue el de la novela que comencé a escribir en la pandemia, hace más de un año, y que ha ido tomando la forma de una novela de ficción autobiográfica y que tiene ya más de trescientas páginas, aunque no siempre puedo escribir en ella.
Voy a decir que ya son las dos de la tarde y que he estado escribiendo desde las seis de la mañana y que la escritura ha fluido y que he escuchado cientos de veces el álbum de The Smile y que sólo interrumpí la escritura para bañarme y para desayunar, y que terminan mis vacaciones y que el lunes vuelvo a la universidad y que volveré a perderme en las responsabilidades de la academia y que volveré a perder el ritmo y que todo esto que escribo lo leeré en los siguientes meses y que me sentiré frustrado y dividido y que entonces me habré resignado una vez más a haber perdido el ritmo, y que entonces odiaré mi existencia con todo mi corazón, que me sentiré como cuando Maradona dijo que le habían cortado las piernas y que nadie comprenderá mi frustración, ni que desde niño he querido ser una estrella de rock de las letras y que siempre he remado contra la corriente y que he fungido como un bombero de segunda mano.
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